"Todo lo que necesitamos saber para vivir en sociedad lo hemos aprendido en el jardín de infantes", decía Robert Fulghum, con gran acierto. Podemos agregar que necesitamos recordar o quizá revivir aquellas enseñanzas para que nuestro presente de adultos sea placentero y responsable al mismo tiempo.

Los primeros años de vida son los más importantes para nuestro desarrollo personal. Nos lo enseña la psicología. Nos lo enseña la naturaleza. El árbol guarda sus raíces bajo la superficie y nosotros guardamos los aprendizajes en lo profundo de nuestro ser. Y claro que tanto la copa del árbol como nuestra forma de ser serán más resistentes cuanto más fuertes sean dichas raíces. ¿Y qué tal si regamos un poco el suelo para que las ramas y hojas reflejen lo que hay en la profundidad?


Lo más significativo que aprendimos en el jardín de infantes fue a relacionarnos sanamente. Adquirimos la costumbre de compartir todo con los demás (juguetes, materiales y herramientas). También hemos experimentado el trabajo en equipo cuando, por ejemplo, cantábamos canciones a coro o armábamos figuras encastrando objetos entre varios chicos.

Poco a poco entendimos la importancia de jugar limpio con nuestros compañeros: no hacer trampa. Nos enseñaron a no usar violencia verbal ni física con nuestros semejantes. Y a disculparnos si alguna vez lo hacíamos.


En aquella época guardábamos todo lo que usábamos, nuevamente en su lugar original; manteníamos limpias nuestras pertenencias y jamás se nos ocurría tomar algo ajeno.


Adquirimos el hábito de lavarnos las manos antes de comer; entendimos que la leche era un buen alimento y que debíamos llevar una vida balanceada.


Disfrutamos de expresiones artísticas con total frescura: dibujar, pintar y escribir -aunque más no sean garabatos- eran un viaje único y mágico que transitábamos con sonrisas y orgullo por lo propio y por lo ajeno.


Con esfuerzo pudimos mezclar en proporciones justas actividades como jugar, cantar, bailar con otras como trabajar en proyectos de aprendizaje formal. Y supimos valorar, también, la importancia del descanso, usualmente en forma de siesta.


Aprendimos que todo tiene un ciclo, y no solo el día termina, también nuestras mascotas se van. Los hámsters, las tortugas, los perros y gatos nos advertían, al morir, que necesitábamos aceptación y a saber que la vida continuaba a pesar de todo.


Valoramos mucho la presencia de nuestros seres queridos hacia quienes corríamos desesperados cuando nos venían a buscar. Y aprendimos a observar el tránsito con cuidado y respeto antes de abandonar la vereda y poner un pie en la calle. Finalmente nos acostumbramos, con humildad, a aprender de quienes más sabían en ese momento, nuestros mayores, y a incorporar los conocimientos experimentando con nuestros pares, quienes estaban en el mismo proceso.


En definitiva, hemos construido nuestras raíces con respeto al prójimo, responsabilidad, diversión y descanso, aceptación y amor. Creo que es nuestro deber hacer lo necesario para que esa savia viaje desde las profundidades hasta las ramas y nuestros brazos nuevamente, y que contagien cada acción cotidiana, en tiempos actuales.


Ésto es lo que propuso Robert Fulghum en su libro "Todo lo que hay que saber lo aprendí en el jardín de infantes". ¿Y cómo podemos traer esos aprendizajes a la actualidad? A veces la retrospección puede ayudar, con frecuencia el paso de nuestros hijos por el jardín nos brinda la oportunidad, y sino, ¿qué tal si volvemos al jardín por segunda vez? No hay mucho por aprender, hay mucho por recordar y, fundamentalmente, poner en práctica, una y otra vez, hasta obtener raíces fuertes y resistentes.


Los árboles por cuyo interior no corre la savia están muertos, aunque se mantengan en pie. Busquemos la savia en los primeros años de nuestra vida, en aquello que aprendimos en el jardín de infantes, y hagámosla correr por toda nuestra sangre. Algo bueno pasará con nosotros y nuestros pares. Y así, árbol por árbol, el bosque volverá a ser verde, joven y añejo al mismo tiempo: un reflejo del jardín que supo ser tiempo atrás.



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1 Comment:

  1. Anónimo said...
    Así encontré el secreto de la eterna juventud y el regocijo de resumir todo mi conocimiento necesario en una actitud: Respeto por todo y todos los seres, incluyendome. Gracias por expresarlo de un modo tan cordial y diáfano

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