Prueba de fuego

Al terminar la jornada laboral, Fabio se puso el sobretodo y salió a la calle. El suyo parecía uno más entre los rostros que diariamente regresan a sus hogares cansados de la rutina; pero no: él era feliz tachando los días faltantes para su casamiento.

Nadia, su futura mujer, le había pedido que pasara por la casa de Mary, la wedding planner y ex compañera de facultad de ambos, para ultimar detalles de la boda que se celebraría en dos semanas.

Mary lo recibió maquillada y con un insinuante vestido negro, largo y escotado. Enseguida trajo una carpeta con fotos y presupuestos; repasaron las opciones; calcularon precios y definieron todo. Al terminar, Mary soltó su pelo, lo acomodó perdiendo su mano en la cabellera y, mirando los labios de Fabio, comentó:

—¡Qué bueno que ya llega la boda! ¿Estás preparado para el cambio? Porque tu vida va a cambiar..., va a mutar, que se parece tanto a matar etapas y sueños viejos..., ¡vas a ser un hombre casado!

Fabio dibujó su conocida sonrisa de orgullo pre-marital, pero sus ojos esquivos y los labios vacilantes demostraban que la situación lo incomodaba. La morocha continuó:

—Es importante que llegues a la boda sin cuentas pendientes... —lo miró fijamente casi exigiéndole una respuesta, y ante el silencio prefirió seguir—. Lo que nosotros tuvimos hace años fue algo, aunque ínfimo y fugaz, muy fuerte. No me gustaría que esa chispa se hiciera fuego cuando Nadia y vos ya estén casados. Pero ese momento aún no llegó...

Fabio no pronunciaba palabra; se acomodaba en la silla; tomaba y soltaba los papeles y se frotaba reiteradamente el pelo. Mary, con las piernas cruzadas e inclinada hacia él sobre la mesa y mientras guardaba el dedo índice entre sus labios, remató:

—Ahora voy a mi cuarto a cambiarme. Me gustaría que me ayudes, como aquella vez... ¿te acordás? Hacé memoria, yo te espero...

¿Qué debía hacer? Su mente se balanceaba entre dos alternativas. La belleza prohibida al alcance de la mano por un lado; por otro la ternura, el amor y los planes de vida. El rítmico péndulo temporal definía su vida mientras los segundos corrían apurados. ¿Se arrepentiría de la infidelidad como los peatones que putean la madrugada después de una noche de juerga o se lamentaría -en el amanecer y el atardecer de los días eternos- por haberse dormido en los laureles?

Con el cuerpo rígido, como dolorido, se levantó de la silla y dio cuatro pasos. Salió de la casa. Su transpiración al cruzar el parque se transformó en perfume, mientras sonreía. Justo cuando llegaba al auto vio, en la vereda de enfrente, a Nadia, llorando y corriendo hacia él. Lo abrazó con locura y entre sollozos no paraba de decirle que lo amaba y que estaba feliz de que haya superado esa pequeña prueba.

Fabio aflojó sus piernas, correspondió el abrazo, respiró hondo y se alegró por haber elegido la guantera del automóvil como lugar para guardar los preservativos.

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