Pura

Mientras intentaba olvidar a Pura, mi gran amor, trabajaba de mozo en un restaurante. En esa época conocí a Ludmila en un boliche; pasamos la noche juntos y me olvidé de ella al día siguiente. Sin embargo Ludmila comenzó a reclamarme una relación formal. Me visitaba en el restaurante, me llamaba a casa. Nos volvimos a ver y pensaba decirle que no debíamos seguir, pero su entusiasmo, su rostro inocente, su cariño y su gran compañerismo me lo impidieron. Continuamos así durante un mes hasta que me invitó a su casa. En realidad se trataba de una enorme mansión. Era domingo a la mañana y me encontré con la sorpresa: la familia estaba organizando un almuerzo ¡para recibir al novio de Ludmila! Quería escapar de allí; me sentía engañado por “mi novia”, que me miraba con picardía, esperando que su sorpresa me llenara de alegría.

Encontré en su padre a una persona encantadora, conversador y divertido; nos llevamos bien desde el primer apretón de manos.

Mientras volvía a mi casa sentí una enorme confusión. Yo no quería ser el novio de Ludmila, pero había pasado un buen día con su familia. Aunque, sabiendo que ella era una chica rica, y yo sólo un mozo, seguramente no llegaríamos a buen puerto juntos. Además yo no lograba olvidar a Pura, quién me había dejado hacía ya tres meses.

Pero Ludmila me sorprendió nuevamente.

—Mi papá quedó encantado con vos. Me dijo que eras buena persona, entretenido y responsable. Pero...

—¿Pero qué? —consulté apurado, un poco preocupado por la objeción.

—…dijo que deberías tener un mejor trabajo —y si, lo suponía, el novio de la nena debe ser profesional o empresario—, así que está dispuesto a nombrarte gerente de una de las sucursales de su empresa.

—¿Qué? ¡Pero yo no podría...!

Finalmente acepté: enseguida estuve a cargo de la sucursal más rentable y claro, me comprometí con Ludmila. Comencé a disfrutar de tiempo libre y dinero, además de recibir, obligado pero gustoso, un nuevo proyecto de vida. Por eso me preocupé mucho cuando, en una entrevista con inversores extranjeros, encontré que la intérprete era Pura. Estaba más bonita que nunca, y mantuvimos un diálogo entre líneas. Cada vez que yo decía algo a los coreanos agregaba un mensaje para ella, y luego con la respuesta de los orientales, y de sus labios, obtenía contestación. Terminamos el juego junto con la reunión, pero quedamos en vernos horas más tarde.

Pura y yo teníamos una química increíble. Esa atracción que se lleva en la sangre, se siente en la piel y que explota al primer contacto. Luego de actualizarnos sobre nuestras nuevas vidas, y reírnos de los vaivenes del destino, inundamos de pasión la habitación de su casa y de gritos el edificio, según se quejó luego su vecina, una adorable viejita. Pura y yo seguimos viéndonos dos y hasta tres veces por semana.

Con Ludmila continuábamos divirtiéndonos cuando la pasábamos con su familia, aunque a solas no hacía más que presionarme con el casamiento y la cantidad de hijos que tendríamos. Sin embargo la relación era estable y en realidad así debía ser, ya que de otra manera perdería el empleo y el excelente nivel de vida que llevaba.

La naturaleza de mis actividades me permitía esconder con facilidad en la agenda laboral los encuentros con Pura. Además, ella no me llamaba al celular, así que no tenía problemas. Pero luego del quinto mes las cosas se complicaron. Pura me exigía más tiempo y con la excusa de un viaje de negocios pasamos un fin de semana juntos y me dio la noticia: estaba embarazada. Ni siquiera pude sugerir la posibilidad de un aborto. Al contrario, le prometí que hablaría con Ludmila, renunciaría al trabajo y nos iríamos juntos a otra ciudad. Pero ni yo me lo creí.

El tiempo, como un aguijón clavado en la piel, iba inflamando la situación. El veneno estaba sembrado y el fruto venía en camino. Reduje la frecuencia de mis encuentros con Pura, y entonces su cordialidad se terminó. Comenzó a llamarme al celular a cualquier hora y a amenazarme diciendo que contaría ella misma a Ludmila y su familia lo que había pasado. Las excusas de mucho trabajo, viajes y problemas de salud solo lograban estirar una soga que, tarde o temprano, se rompería.

Me enteré de la triste noticia, ¡por suerte!, de boca de Ludmila, que leía el diario mientras desayunábamos: durante la noche anterior hubo un robo y asesinato de dos personas. "Qué insegura está la ciudad" coincidimos con mi mujer, y nos sugerimos tener cuidado.

Fue al día siguiente que me visitó la policía. Me contaron que el delincuente entró a la casa de una mujer mayor, robó varios objetos de valor, luego la mató, y también mató a su joven vecina, cuando ella llegaba a su casa. Fingí no entender en qué se relacionaba conmigo ese hecho terrible mientras movía las manos inquieto, transpirando igual que en aquella noche. Y la respuesta del oficial cayó como un balde de agua: Pura llevaba un diario íntimo y allí dejó registrada nuestra relación, su embarazo, sus presiones y mis negativas. Había un móvil y había un sospechoso, dijeron los oficiales, pero no había pistas. Prometieron guardar silencio sobre la delicada situación de desliz romántico dado mi próximo casamiento, excepto que aparezcan pistas me impliquen más en la causa.

Luego llegó el casamiento. Fue una fiesta fabulosa. Y fue allí donde, junto al comisario, que vino sin ser invitado, definimos las características de mi colaboración filantrópica a la comunidad: el instituto Policías Unidos de la República Argentina, “P.U.R.A.”, institución a la que aportaría capital todos los meses y que se dedicaría a perfeccionar los métodos de investigación de crímenes y capacitar a la fuerza policial.

Más tranquilo, un año después, con enorme felicidad, tuve mi primer hijo con Ludmila.

0 Comments:

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio