A la caza de la casa

—¡Riiing! ¡Riiiiiiing!

Conocía ese timbre más que a su propia voz. Veinticinco años viviendo en el mismo barrio de Buenos Aires, en esa casa que supo albergar su repostería, y que ahora era soledad y tristeza. Desde que Oscar falleciera, hacía ya dos años, Celeste quedó atrapada en una oscura depresión que la llevó a recluirse y dejar de lado sus sueños. Ella quería desarrollar sus actividades gastronómicas pero Oscar lo impedía porque veía la repostería como un pasatiempo y no como un negocio. Cuando él se fue, en lugar de obtener libertad, Celeste cerró la repostería.

Gracias a la terapia, estaba saliendo de la depresión. Sólo quedaba pendiente recuperar y materializar su sueño del bar boutique, un lugar donde servir sus exquisiteces a un público selecto.

Los perros ladraban a lo lejos y el timbre volvía a gritar la urgencia del llamado.

—¡Riiiiiiiiiiiiiiiiiiiing!

—¡Ya va! ¡Ya va!

Celeste quitó la traba, dio vuelta la llave y empujó la puerta hacia dentro de la casa. Cuando lo vio, sus ojos se desorbitaron. La imagen venía del pasado, pero lo tenía frente suyo, como tantas veces. Sin soltar el picaporte dio un paso atrás y las piernas dejaron de responderle. Todo se hizo gris, un zumbido tapó sus oídos y terminó en el suelo, desmayada. Oscar, que seguía siendo gordo, pesado y torpe, la ayudó a incorporarse y la llevó al sofá.

—¡¿Cómo puede ser?! ¿Vos? —ella no entendía si estaba delirando, soñando, o si Oscar realmente había revivido.

—Entiendo Cely, que te sorprenda verme. Pasaron casi dos años —Oscar hablaba con parsimonia y seguridad, sin dejar de mirarla a los ojos.

—¿Qué pasó? ¿Dónde estuviste? —levantó los ojos y recordó los días grises, la sensación de que nada más importa, el dinero abundante e inútil en soledad, la dolorosa falta de compañía; todo volvía a la mente de Celeste—. ¡Yo estuve tan mal...!

—Cely, yo te di mi palabra; nadie nos quitaría nuestro nidito de amor, ¡éste es nuestro hogar! —dijo Oscar, mientras movía las manos, enérgico.

—¡No me mientas! —como un balde de agua fría el entendimiento cayó sobre Celeste—. ¡Fingiste todo! Y yo acá... ¡llorando por vos!

—Lo importante es que ahora estamos juntos, que salvamos la hipoteca y tenemos el dinero del seguro.

—¡Sos una basura! –gritó enfurecida. Hacía minutos estaba asombrada, quizá hasta contenta de verlo nuevamente, y ahora que veía sus reales intereses, Oscar estaba muriendo por segunda vez, frente a sus ojos.

—¡Por favor Celeste! Estuve fuera del país dos años, lejos tuyo; ¡yo también sufrí! —ella se puso de pie y caminó sin despegarle la mirada mientras él continuaba—. Ahora tenemos que aprovechar el tiempo. Mudémonos a Panamá: con la venta de la casa y la plata del seguro ¡estaremos muy bien!

—¡Ya veo que lo único que te interesa es la plata!

—No, quiero que estemos juntos.

Celeste se inclinó hacia él y con las manos en la cintura le gritaba, le reclamaba:

—¡Quedáte acá entonces! ¿No decías que esta casa es nuestro nidito de amor?

—Acá estoy muerto Cely. En Panamá tengo una identidad, podemos empezar de nuevo.

—No en la clandestinidad. Blanqueá tu situación y luego nos sentamos a charlar. Si no haces vos la denuncia, la hago yo.

—Eso no te conviene Celeste. Fuiste la única beneficiaria de mi muerte.

—¡No pienso ser parte de este chantaje! ¡Andáte ya mismo! Viví todo este tiempo sin vos, ¡puedo seguir así!

—¿Estás con alguien no? ¿Es por eso?

—¡Andáte ya!

—Me voy, pero vas a tener noticias mías. Esta casa aún me pertenece y el seguro también. ¡Voy a recuperar todo!

A pesar de la advertencia, Celeste fue a la comisaría a realizar la denuncia. Con una sonrisa contenida, el oficial se desentendió del tema:

—¿Su marido? ¿Pero si murió hace dos años? Quizá le convenga ver a un psicólogo, en estos casos...

Sin dejarlo terminar, Celeste salió y fue a la compañía de seguros, donde sí la escucharon. Preguntaron todos los detalles de la extraña visita, otros de cuando vivían juntos y algunos del período en que Oscar no estuvo. Iniciaron una investigación. La compañía fue querellante y Celeste declaró como testigo el mismo día en que viajaba.
Varios meses después, radicada en su nueva casa, se enteró que finalmente Oscar fue apresado y juzgado por fraude y falsificación de documentos. Y que ese día vencía el plazo para pagar fianza y evitar la prisión.

La nueva casa estaba llena de luz y de vida. Quedaba en Palmas de Mallorca y desde allí se veía el mar. Fue costosa, pero con la venta de la vieja casa y el dinero del seguro no solo resultó sencillo encontrar un buen lugar para vivir, sino que pudo disponer todo lo necesario para la próxima inauguración de su ansiada boutique de delicias dulces.

1 Comment:

  1. Marcelo Choren said...
    Hola, Walter. Llegué a tu blog a través del "Hueco del viernes".
    El texto está bastante bien, aunque necesita un repaso. La idea argumental es buena, pero le falta desarrollo, jugar más con los personajes y la situación (que es rica y puedes sacarle más de sí).
    Espero no tomes este comentario como algo negativo o un juicio de valor. Es, apenas, la observación de un colega.
    Saludos cordiales,
    Marcelo

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