En_sueño

El despertador sonó a las siete en punto. Eran cientos de latigazos sin fin azotando los oídos. La pesada mano lo silenció y el resto del cuerpo empezó a tomar conciencia de sí mismo. Esa noche Jorge había soñado. Soñaba con frecuencia, pero esta vez se despertó perturbado e intrigado.

La ducha, el mate amargo y el frío de la mañana no podían quitar el sabor desconocido del sueño tan real. Se moría de ganas de contarlo a sus compañeros de trabajo, pero sabía que el suceso era tan extraño que se burlarían de él. Es que ellos eran los co-protagonistas de esa historia; la historia cuyo fin fue salvado por la campana a la hora en que cantan los gallos.

Cuando llegó a la oficina saludó a Mónica. Sintió irrefrenables deseos de contarle todo como respuesta a la tradicional pregunta “¿Cómo estas Jor?”. Se mordió los labios cuando dialogó con Juan y se tragó el salado sabor del silencio al decidir no comentarle a Carlos. A él le preguntó: ¿Y Fernando? –Fer anoche trabajó hasta cualquier hora y creo que después salió con Laura. Seguro que llega más tarde.

Jorge no acostumbraba a hablar mal de los demás, pero se animo a decir: -Este Fernando, siempre el mismo irresponsable. Nos va a meter en quilombos.

En los días comunes las miradas se cruzaban como rayos multicolores entre los cuatro empleados; guiños cómplices, comentarios cómicos, cargadas sutiles y otras sarcásticas. El clima era ameno y entretenido. Pero ese no era un día común. Las miradas caían, victimas de la fuerza de gravedad, en los escritorios llenos de papeles o directamente al piso alfombrado, donde se perdían en ningún lugar.

Jorge no creyó que algún día extrañaría el parloteo chillón de Mónica, los comentarios irónicos de Carlos y las serias, cortas y ácidas intervenciones de Juan. También ese día, algo diferente lo unía con sus compañeros de años. Algo distinto sucedía. Comprendió que no solo a él le pasaban cosas. O quizá estaba tan conmovido por el sueño que vivía las situaciones de forma diferente. Pero no le preguntó nada a nadie. Se mordió la lengua, se tragó las preguntas, digirió mil hipótesis y sacó de su maltratado y ulcerado estómago un poco más de paciencia. El sabía que era martes y todos los martes, desde que Fernando fue designado Jefe de Área, iban a cenar juntos.

Las horas laborales pasaban lentamente, decididamente, implacablemente como un buque trasatlántico rompiendo el hielo espeso tras el cuál hay aún más frío. Fernando no fue a trabajar. Era la segunda vez que Fernando no iba, pero la primera que no avisaba previamente. ¡Si se ocupaba de llamar por teléfono ante un simple retraso de cinco minutos! Fernando fue el único motivo de diálogo que integró a los presentes. Después de manifestar extrañeza concluyeron, como discurrió Mónica, que Fernando había decidido no trabajar pero que seguro iría a la cena; después de todo fue su idea y es el que más insiste en conservar la tradición.

Los quince minutos del rutinario viaje en taxi hasta el ya conocido restaurante tuvieron que soportar escasos y sobretodo muy superficiales diálogos. Sólo al taxista parecían importarle realmente los comentarios del tiempo, del tránsito y la inseguridad. A los pasajeros las palabras se les caían de los labios como baldosas pesadas, eran frases cortas como quien recién aprende un nuevo lenguaje y cerradas como cuando después de una discusión alguien no está interesado en seguir la conversación.

Cinco platos escoltados por cubiertos protegían el centro de la mesa redonda. Las copas se fueron volteando una a una para mojarse de vino tinto. El oscuro fruto de uvas entraba en las bocas en estado líquido y luego era expulsado en forma de tímidas palabras que buscaban más romper el silencio que ser oídas atentamente.

Juan, el contador, tan práctico y lógico, en esta oportunidad, con la copa dibujando recorridos de hamacas entre sus labios y la línea imaginaria de la vela de color, divagaba: “La luz es poderosa. Nosotros apenas si podemos lograr que el vino entre en nosotros, en cambio la luz logra entrar en las entrañas del vino, recordando los viñedos, su ausencia en el tiempo de estacionamiento...”. Carlos, que apostaba a que el vino sea un gran tema de conversación, agregó: “Es arte. Miren. Las figuras que el vino dibuja al resbalar sobre el interior de la copa. Y siempre es distinto, según la textura, si es añejo, varietal. Es arte efímero, es trabajo y premio. Nace de un pequeño movimiento, se explaya rápidamente, impacta y se va de golpe. Es como un sueño”. Nadie respondió pero todos miraron los ojos de Carlos. Su comparación (él se dio cuenta) no fue bien recibida. Si él mismo sintió estar delatando en el temblor de sus labios lo que le pasaba. Después de juntar miradas en sus ojos, Carlos notó que sus compañeros se miraban entre ellos, asombrados de haber encontrado a los demás inquietados por lo mismo. El silencio se mantuvo hasta que el mozo la interrumpió con forzada alegría para preguntar si podía servir la comida.

-No es lo mismo si no está Fernando –dijo Mónica. Jorge apoyó su espalda en la silla y entre dientes respondió. -Sí. Y además yo quería hablar con él.

Juan seguía callado y sólo miraba, como en un partido de tenis, quien lanzaba cada frase de un lado a otro de la mesa. Pero Carlos, titubeando, nervioso y sorprendido, rápidamente dijo: -Yo, yo también tengo que... hablar con él.

-Vamos a seguir esperando -dijo Mónica sin mirar al mozo. En cambio Juan busco la mirada del anfitrión y señaló tímidamente la botella de vino, ya sin sangre en su interior.

Mónica era sin dudas quien más soltura mostraba al hablar. Apenas si se notaban que los nervios corrían por sus venas, casi no se percibía que todo era difícil en ese día para ella. Quizá porque como encargada de ventas estaba acostumbrada a controlar sus emociones. Dicha lucidez le permitió comenzar a tirar las primeras piedras de lo que terminaría siendo un volcán.

-Fernando está teniendo problemas. Ayer me comentó algo. –Quienes bebían tragaron de repente. Los que solo jugaban con la copa en sus manos la depositaron en la mesa. Juan, que solo miraba, se apoyo de codos en la mesa y puso la pera sobre su mano derecha al tiempo que clavó su mirada en los labios de Mónica.

-Me habló de un sueño, más bien de una pesadilla. Es algo recurrente, le impide dormir y los recuerdos lo atormentan cuando está despierto. Me pidió que lo ayude con algunas tareas ya que no está al mismo nivel que antes. Pero hoy yo...

-¿También soñaste Mónica? –adivinó Jorge.

Mientras Mónica asentía con la cabeza se escuchó el sí de Juan y él “yo también” de Carlos. Un clima de tranquilidad invadió la circular mesa como una luz cenital. El saber que todos compartían el mismo padecimiento los consolaba. Un consuelo de tontos frente a su mal compartido.

El mozo llenó las cinco copas del mejor vino tinto. Aquel al que los había acostumbrado Fernando.

Jorge no aguantó más y así como el cuerpo de un borracho expulsa aquello que le hace mal, empezó a vomitar palabras. –En el sueño... estaban ustedes, todos. Pero... sus caras, me miraban con desconfianza y expresaban maldad. Algo que nunca paso... Algo raro –Jorge hablaba rápidamente y terminaba las frases con suavidad y bajando un poco el tono de voz y el ciclo se repetía-, algo raro estaba por pasar. Algo yo iba a hacer, sus rostros se me acercaban cada vez mas... y sonó el despertador. No sé porque pero me angustié mucho. No comprendo, si no pasó nada en el sueño. Y tuve esas imágenes conmigo todo el día.

Para sorpresa de todos, Juan fue el segundo en hablar: -Era un cuarto pequeño, de 2 metros y medio por 3 metros. Todos nos apuntábamos con dedos acusadores. Pero el cuarto se iba haciendo más chico cada vez hasta que nuestros cuerpos se empezaron a chocar. Después sonó el despertador.

-Les propongo que escuchemos juntos el sueño de Fer antes de sacar conclusiones –sugirió Mónica muy decidida, mientras retiraba la servilleta sin usar de su falda. -¿Vos decís ir a su casa? –consultó Jorge.

Salieron con gran entereza, uno detrás del otro, con impaciencia y ansiedad. Mónica guió el camino, era quién mejor conocía el camino a la casa de Fernando. Tiempo atrás habían sido pareja, aunque no por mucho tiempo.

Jorge examinó detenidamente con su mirada a Mónica. Era una mujer que no aparentaba los 40 años que estaba estrenando. Elegante, en extremo femenina y con gran decisión. La observó elegir uno de dos manojos de llaves de su bolso y buscar aquella que abría la puerta de la morada de Fernando. Los 3 hombres solo tejían hipótesis sobre como tenía esa llave, más sabiendo que hace tiempo terminó la relación amorosa con quien luego sería su jefe. Pero entraron en la casa con total naturalidad.

Los 3 vagones del ferrocarril seguían fielmente a la locomotora que se dirigía al cuarto de la casa. Allí estaba Fernando. En la cama, con su ropa de dormir, inmóvil, en posición fetal. Mónica lo llamó suavemente. Luego tocó su hombro. Después lo zamarreó pero Fernando no reaccionaba. Lo giró y al acercar su oreja al pecho de él solo oyó silencio. El llanto fue inmediato, el grito nació después y se repitió varias veces. Los hombres de la habitación juntaron lágrimas en los ojos y se apartaron de la cama, dos o tres pasos. Mónica fue hacia ellos y los increpó: -¡Ustedes! ¡Ustedes!

Jorge cayó al piso, sentado, con el cuerpo perdido. Los demás lo miraban amenazadoramente, con cara de maldad y asombro.

-¡Digan la verdad! ¡Lo de anoche no fue un sueño! ¡Ustedes sienten culpa! –seguía gritando Mónica.

-¡No! ¡Fue un sueño! –se excusaba Juan- ¡Yo, yo le pegaba, pero era un sueño, no, no, no lo maté, no quería hacerlo!

Juan no se atrevía a mirar nada. Ni a sus compañeros ni al cadáver en la cama. Sólo sentía, con ambas manos tapando su cara, que la habitación se hacía cada vez más pequeña, y que él quedaba encerrado en el centro y sabía que pronto se chocaría con sus compañeros acusadores.

-¡Vos no dijiste nada de tu sueño! ¿Qué nos estás ocultando? –Increpó Mónica al último, y logró el cometido: Todos se señalaban entre sí con el dedo, echando culpas como disparos con el dedo índice, cumpliendo cada uno su sueño, y ella, ella cumpliendo su ensoñación, su venganza perfecta.

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