El día de mi muerte

-Le quedan seis meses de vida –sentenció el doctor. Me quedé muy quieto y contuve el aliento mientras los ojos se llenaron de lágrimas. La muerte asusta, y cuando viene con tanta urgencia y con aviso previo, tiñe de angustia el último espacio de vitalidad. ¿Por qué no viene cuando sea y ya? ¿Por qué tiene que avisarme antes? Con cincuenta y cinco años, todavía me sentía joven y, aún disconforme con mi vida, tenía proyectos por delante. Pero en ese momento la oscuridad entró a mi ser.

Con la mirada perdida volví a casa. Desde el taxi todos los edificios tenían el mismo color, la gente la misma cara, el aire el mismo olor, todo se sentía como recuerdo, todo sería recuerdos en alrededor de ciento ochenta días.

Empujé la puerta y entré. Toda la casa estaba oscura. La biblioteca llena de libros de lomo negro, el piso marrón oscuro y hasta la luz de la ventana estaba ennegrecida.

El cuerpo me pesaba y así fui a la cocina, arrastrándome como un cuerpo sin alma, agarrándome de las paredes casi sin pensarlo. De un manotazo arranqué todos los colgantes de la puerta: la cuota de la hipoteca, el resumen de la tarjeta de crédito y algunos imanes estúpidos. Abrí la puerta y tomé a borbotones el primer líquido que encontré.

Intenté pensar en otra cosa. Encendí el televisor, la computadora y la radio. En medio de esa vorágine, entre el cielo y el infierno, me pareció escuchar a alguien recitando. Presté más atención:

“Si pudiera vivir nuevamente mi vida”

Pero no, hasta en la radio me lo recordaban. Todo se complotaba, cada segundo que pasaba era uno menos, y esa fue la gota que rebalsó el vaso.

“Correría más riesgos,
haría más viajes”

¿Saber cuando uno morirá, no es como nacer de nuevo a partir que uno se entera?

“...si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos”

¿Podría condensar lo que me quedaba de vida en seis meses? Como si fuera fácil...

“Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
si tuviera otra vez vida por delante”

Esas palabras, que rebotaron por toda la casa, cambiaron mi percepción del tiempo. Viviría lo que me quedaba con urgencia, con la desesperación que tenía cuando aún era joven y no importaba nada. Con el descaro de saber que ya no estaré aquí en poco tiempo, como cuando era adolescente e iba de vacaciones y todo, los romances, las amistades, los problemas terminaban al volver. ¡Que así sea!

Ese fue el momento de planear las últimas vacaciones. Sólo necesitaba tiempo y dinero. Empecé por obtener el tiempo que dedico a mi trabajo. Llegué a la oficina y entré con una sonrisa de oreja a oreja y fui directo a la oficina del jefe.

-¡Ah! ¡Apareciste! –comenzó a recriminarme, pero lo interrumpí enseguida.
-Si, y sólo para decirle que no quiero volver a verle la cara. Que mi tiempo vale mucho más de lo que usted puede pagar. No vengo más y no se moleste en preparar la liquidación. No necesito su dinero.

Sonreí y me fui cantando. En el camino se oían murmullos, alguien comentó que gané la lotería, con mi famoso número de la suerte, y no me interesó corregirlos.

Ya tenía el tiempo. Entonces pasé por el banco y retiré los ahorros. Quité del débito automático los gastos y di de baja todas las tarjetas y servicios.

Y ahí, recién ahí, empecé a vivir la vida.
Recorrí los mejores lugares: la majestuosidad de las Cataratas del Iguazú, la solemnidad del Tren de las Nubes, los relajantes paisajes del sur. También visité las Islas Galápagos, Francia, Madrid, Roma y Grecia.
Viví las mejores experiencias; paseos en lancha, trekking, paracaidismo, bungee jumping y ala delta.
Y, no voy a negarlo, conocí bellas mujeres, aunque no el amor; eso quedó en la anterior vida.

Mi ánimo era inagotable. Aunque ya tenía poco tiempo. Y poco dinero. Volví a casa, pero no pude entrar. Habían ejecutado la hipoteca. Me hospedé en un hotel y desde ahí arreglé mi partida. Las cosas de la muerte es mejor solucionarlas en vida: contraté un buen servicio fúnebre y un excelente lugar de descanso, acorde con una larga vida de trabajo y con seis meses de agotadora panacea. Escribí, de mi puño y letra, cartas avisando mi defunción y un destacado en el obituario del diario más leído.

Durante más de treinta años fui contador y tesorero; obviamente que tuve éxito con los gastos de esos seis meses. Faltaban sólo dos días y llegué con lo justo. No tenía sentido llevarme dinero al más allá. Me alcanzó para pagar el hotel y esperar la muerte, a quien, a esas alturas, esperaba ansioso.

Fue en ese momento cuando recibí la llamada en mi celular. Era mi médico.
-¡Aún no me morí, Doctor! Pero ya tengo todo listo...
-Augusto, ¡tengo buenas noticias! –Las palabras fueron latigazos, fueron más fuertes que el vértigo del bungee jumping, pero aún faltaba caer, y no sabía si la cuerda funcionaría.
-Bueno, hubo un error administrativo, con el diagnóstico... en realidad ¡estás bien! ¡No te vas a morir!

Así empezó mi calvario. Tuve que escapar del hotel y dormir en la calle durante tres noches. Luego enloquecí de odio y fui a ver al responsable, el que me quitó la vida y la muerte. No quiso atenderme porque no tenía turno. ¡Qué descaro! Pero esperé que terminara de trabajar; lo que me sobraba era tiempo. ¿Y sabe qué? Me trató de loco. Dijo que debería estar en un hospicio. Por eso mismo, ya que el doctor me mató a mi primero, seis meses antes, en el día que nunca llegó y también hace cinco días con su “buena noticia”, e intentó matarme en vida ayer mismo, al mandarme a un loquero. Por eso mismo, señor juez, es que no pueden acusarme de asesinato.

3 Comments:

  1. Valy Wainer said...
    Felicitaciones, y bienvenido al club. este cuento me gustó mucho, y voy por más.
    Walter Pascual said...
    Le hice algunas correcciones, pequeñas, pero creo que quedó mejor.
    Walter Pascual said...
    Nuevamente hice modificaciones. Algunas pequeñas en el cuerpo del cuento, y además cambié (drásticamente) el final.

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