El descanso

Después de manejar por la ruta durante seis largas horas llegaron a “El descanso”; un pueblo olvidado por los turistas. Llegaron sin reserva previa; decidieron tomar ese descanso de fin de semana a último momento, así que deberían recorrer hoteles para encontrar donde hospedarse. Pero antes deseaban reponer la energía gastada en el viaje; condujeron alternadamente dos horas cada uno.

Luis y Mónica entraron al primer bar que encontraron. No parecía un bar, salvo por un improvisado cartel y un sonoro bullicio que se fue apagando cuando ingresaron.

-Los estábamos esperando... -dijo el mozo o dueño del lugar mientras levantaba ambas palmas de la mano y sonreía gustoso.

Luis miró a Mónica y encontró, como en un espejo, una sonrisa de sorpresa y de nervios. Ella mientras se acomodaba en la silla pidió al mozo una pizza y una cerveza.

-Entiendo... ¡para ustedes lo que quieran! -Al tiempo que el mozo se iba renacía el bullicio de la gente, solo que ahora entremezclado con miradas cruzadas a la pareja, quienes se sentían en el centro de un anfiteatro.

Comieron casi sin hablar; solo querían irse a un lugar más tranquilo. Preguntaron al mozo donde podían hospedarse, quien, esbozando una nueva sonrisa, y como toda respuesta, le dió en la mano un sobre a Luis. Al intento de pagar la comida, el mozo señalo el sobre y no aceptó.

Salieron rápidamente y algo aturdidos. El sobre tenía impreso con una vieja máquina de escribir “Jorge Cattizone y Carla Ruiz” y debajo indicaba “Laprida 343”. Ayudados de un mapa fueron hacia allá. El camino era tranquilo, solo unos lejanos gritos y tambores, como de una comparsa, rompían el silencio.

Llegaron a la dirección; era una típica casa de barrio. Salió un hombre a recibirlos y lo primero que hizo fue pedirles el sobre. Lo leyó y los hizo pasar. El lugar tenía mostrador, pero no parecía un hotel. - En esta sala tienen el equipo básico, cuando estén preparados salgan por la puerta del medio.

La sala de espera era un hermoso living con cigarrillos, bebidas, televisión y biblioteca. Sobre una mesa había varias bolsas con etiquetas. Una de ellas contenía los mismos nombres que el sobre. Mónica rompió la bolsa y encontró dos batas negras, con cada uno de los nombres en grandes letras blancas. El bullicio de gente se sentía cada vez más fuerte y cercano. -¡Vámonos! dijo Luis y al intentar abrir la puerta la encontró cerrada. Fué ahí cuando escuchó la voz del supuesto conserje que se excusaba: -Si, sabemos que son denuncias inconsistentes, pero por algo se entregaron solos. -Luis comenzó a patear la puerta, mientras Mónica búscaba como salir de la habitación.
-...además es mejor que la gente haga justicia. Desde que no hay policía ni jueces la falta de contención del pueblo puede cometer excesos, pero luego siempre viene la calma. Antes nadie oía ni los justos ni los injustos reclamos.
-Mónica se asomó por la puerta y llamó a Luis. Ambos salieron y esta vez sí estaban en un anfiteatro. El tumulto de gente fue llenando las gradas. Una voz por altoparlante mencionó los nombres del sobre y una lista de delitos que fueron repudiados por el público. Cuando los piedrazos comenzaron a caer sobre ellos, ambos se abrazaron fuertemente, en cunclillas, como uniendo fuerzas para evitar la muerte.

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