El veneno de la Rosa Negra

Después de las últimas convulsiones sus signos vitales bajaron en picada. Yo quería un dato sobre qué lo había envenenado, pero lo único que conseguí fue que balbucee, entre saliva y sangre, “...la roosa negra”. En su agonía le prometí que nadie más moriría por esta ¿rosa negra?.

Continuando su papel, el de un médico y farmacéutico de renombre, me instauré como justiciero, asumiendo el compromiso de evitar que el veneno se lleve más vidas.

Por eso me interné en su oficina y revisé cada informe y cada documento para entender que hacía y el porque de la rosa negra.

Descubrí cientos de flores diferentes, y las propiedades de cada una. La biblioteca desbordaba de libros sobre el poder curativo de las flores, pero nada mencionaba a la rosa negra.

En un estante encontré una carpeta conteniendo un resumen de sus últimos trabajos de investigación. Cuatro horas pasaron mientras me sumergía en un mar de naturaleza. El aroma de las especias y el polen y los pétalos parecían fundirse en una fragancia embriagadora y levantarse como vapor sobre mi rostro. Pero nada.

Al encender la computadora encontré un documento con su último trabajo: “Prevención no invasiva”. Después de muchas páginas incomprensibles para mi, aparecieron las pruebas con diferentes tipos de rosas. Sin embargo, ninguna era “rosa negra”. Lo que sí figuraba era el lugar de donde mi hermano recogía las flores. ¿Estaría allí la respuesta? Lo averiguaría pronto. No era la actividad más divertida para una tarde de domingo, pero esa flor dejó clavadas sus espinas en mi carne y arrancó un pedazo de mi vida.

El floral estaba del otro lado del barranco. Con bastante cansancio llegué a la cima; pude observar el multicolor espectáculo pero comprobé que no podría bajar sino atravesando la casa abandonada, que tenía una prolija escalera hacia la pradera.

Fue dificil regresar a esa casa, ya que estaba llena de niñez, travesuras e historias de amor que dejé de lado hace décadas y que ahora resucitaban. Mi mente viajaba en el tiempo a medida que transitaba el corredor en penumbras. Ya no había luz. Cada paso se perdía en el aire y el siguiente era a tientas, hasta que por tanto adivinar caí al piso.

Al intentar levantarme recibí el primer golpe, sin ver quién ni cómo me golpeó. Y se fueron repitiendo. Sin piedad recorrieron mi cuerpo con cientos de puños y palmas y pies. Mis gritos desgarradores se estaban quedando mudos cuando logré acurrucarme en un rincon y ver que quien me había maltratado era una mujer. Y yo la conocía. Al advertir que la vi, me dijo: “Tu hermano me quiso enamorar para conseguirlo, y como no pudo te manda a vos. ¡Nunca van a tocar mis flores!”

Ahora entendía todo. Ella era Rosa, la única hija negra de los Muriel. Y sí, mi hermano en su búsqueda se encontró con el veneno de esos labios gruesos, el veneno de una Rosa Negra.

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