La nave del olvido

El puerto estaba lleno de gente. Era fácil ver en sus rostros un hilo de esperanza, una mueca de satisfacción. Era mucho lo que cada uno quería dejar atrás. Después del viaje, algo nuevo comenzaría.


La Nave del Olvido, un antiquísimo barco con lugar para 200 pasajeros y sus recuerdos, zarparía en una hora. Al fin de la travesía sus ocupantes lograrían olvidar aquello que en tierra firme no podían quitar de su cabeza o de su corazón. Algunos decían que el barco contenía algo místico, otros lo atribuían al recorrido, hubo quienes racionalizaron el asunto explicando la influencia de la luna sobre las mareas o la fuerzas magnéticas y también quienes hablaban de la experiencia psicológica. En realidad nadie sabía porqué la Nave de Olvido lograba extirpar recuerdos.

La despedida era inusual. Desde la borda los pasajeros saludaban a quienes al volver ya no recordarían, o a quienes al volver podrían prestar real atención, o a quienes lo acompañarían en un tramo de vida libre de recuerdos mortificantes. Tampoco se podía ser preciso sobre cuando sería el regreso. Quienes tomaron el barco anteriormente no recuerdan con exactitud la longitud del viaje.

El barco se alejo de la costa con prisa y dando un giro pronunciado, como evitando prolongar la unión de la mirada entre los pasajeros y su pasado. Quizá como símbolo de lo que el viaje significaría.

Cuando el horizonte era agua en todos los puntos cardinales la gente, nerviosa, empezó a dialogar.

-¿Usted por qué viene? –Le preguntó una mujer a otra.
-No puedo olvidar a mi marido. El se fue a la guerra y entonces yo...

Cerca de allí, un hombre le contaba a una mujer:
-Cuando era adolescente cometí muchos errores, y la imagen de esa gente vuelve a mi permanentemente cada vez que... –La mujer lo interrumpió rápida e irrespetuosamente para decirle:
-Yo quiero olvidar todo. Todo. Quiero empezar de nuevo.

Las personas querían olvidar problemas familiares, otros fracasos en negocios, desamores, hubo quien se negó –quizá por vergüenza- a comentar que olvidaría. La cuestión es que todos tenían en claro que recuerdos quitar de su mochila, a la vez que sumaban el conocer los recuerdos agonizantes de sus eventuales compañeros.

Muchas veces el sol se oculto al aparecer la luna hasta que un día por la mañana el diálogo se repitió.

-¿Usted por qué viene?
-Para olvidar a mi marido. El se fue a la guerra.

Ninguna de estas dos mujeres se percató que ya había hablado de eso. Sin saberlo estaban olvidando. Quizá cosas recientes, eventos tan efímeros y poco importantes que ni siquiera serían dignos de contar (y aunque quisieran no lo recordarían) pero que son la señal de que el proceso de olvidar había comenzado. Y aparentemente en retrospectiva. Una cuenta atrás que se llevaría imágenes no deseadas.

Una persona de uniforme blanco y gorra con visera leía un libro y preguntaba insistentemente cuanto faltaba para llegar.

El viaje de La Nave del Olvido estaba llegando a su fin. A lo lejos se veía un puerto riquísimo en formas y colores. Algo que los llenaba de curiosidad. Era el mismo puerto de donde zarpó el barco anteriormente.

Los pasajeros, al bajar, exploraban con su vista cada rincón, y notaron, sin asombro, que nadie los esperaba. Sin embargo, el hombre vestido de blanco se acercó a la mujer que desde el muelle tenía la vista perdida en la inmensidad del mar.

-¡Mi amor! ¡Ya regresé de la guerra! ¿Cómo estas?

Pero era inútil. Ella no lo recordaba.

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