El control

—Eli, esta noche vendrá Roberto a cenar —Marcos se expresaba con seriedad y algo de inusual autoritarismo—, así que preparanos algo rico.

—¿Tu socio? ¿Para qué lo invitás si te está cagando con el negocio? ¿Justo hoy? —había descontento en la voz: por el atropello y por el invitado.

—Sí, hoy, y vamos a arreglar todo.

Hacía meses que el negocio no tenía ingresos. Roberto aprovechaba para comprarle acciones a Marcos, quién solo conservaba el treinta por ciento de la empresa y ya no compartía decisiones. Así, en poco tiempo se quedaría sin nada. Elizabeth era la única persona que lo alentaba y lo aconsejaba.

Marcos, deseaba (si acaso existiese la posibilidad) recuperar todo ese mismo día.

Cuando llegaron, Marcos mantuvo la puerta abierta; Roberto pasó y, aunque allí la penumbra era intensa, dejó su abrigo en el perchero casi sin mirar. Luego buscó en el espejo del living, que reflejaba la cocina, una figura femenina.

Para cuando la comida estuvo servida, sólo se oían los cubiertos chillando; y las miradas volvían al plato si se cruzaban con los ojos de otra persona.

Marcos cortó el silencio como una rebanada de peceto al preguntar a Roberto por qué no había venido su esposa. Y casi sin dejarlo responder, contó la anécdota del día, envolviendo las palabras con sonrisas divertidas, irónicas y sarcásticas:

—¡Já! ¡No sabés, Eli! Así de serio como lo ves, hoy a la mañana estaba como un chico. Lo vi en su oficina, llevaba un sobre, estaba emocionado: ¡era muy gracioso! —con el rostro inexpresivo, Elizabeth miró a Roberto, quién se limpió los labios y bebió un largo sorbo de vino—. Y, claro..., pensé mal. Pensé que se trataba del negocio, de algún golpe final para que yo me quedara sin nada. Por eso al mediodía entré a la oficina y leí la carta —el invitado tragó saliva y la anfitriona abría y cerraba sus manos húmedas—: los detalles, mejor los dejamos para cuando esté tu mujer, ¿no Roberto?

Marcos disfrutaba observando a los comensales y sus gestos mudos. La cena terminó rápido, pero la digestión de la noticia sería lenta y molesta como un zumbido. Al momento del café, Marcos continuó:

—¡Ah, Roberto! Acá tengo —dijo, al tiempo que sacaba papeles de una carpeta— un contrato de redistribución de acciones: ¡te quedarías con el cuarenta por ciento! Firmá acá…, ¡te conviene! ¿no?

Dejando el café intacto, Roberto se fue. Antes, Marcos mandó saludos a su mujer y le recordó que cada tanto la veía en la oficina municipal donde ella trabaja.

—¡Se arregló lo del negocio! ¿No estás contenta?

—¡Sos una mierda! Contás algo por lo que tendrías que estar mal y...

—¡Antes...! —Marcos la interrumpió con voz firme—. ¡Antes tenías que pensar en que yo no estuviera mal!

—¡Basura! ¡Me usaste! ¡Me trataste como una puta y me aprovechaste para tus negocios!

—Yo no busqué nada de esto. El que escupe para arriba...

—¡Quiero el divorcio! —Elizabeth levantó los ojos y los dedos acompañaron las cuentas mentales: cuarenta más la mitad de sesenta...

—De acuerdo. Pero mi hermano no podrá ser el abogado; como es el nuevo titular de las acciones de la empresa, no sería ético.

Desde aquel día Marcos controló la empresa y logró que Roberto cediera el resto de su parte. Lo que no pudo controlar fue el dolor en el pecho, el vacío subiendo a la garganta y las lágrimas llenando el rostro cada noche cuando cenaba solo entre ollas, platos sucios y abandono.

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1 Comment:

  1. León-O said...
    Muy bueno loco, me gustó mucho este cuento, te dejo mi blog:

    http://monsruon.blogspot.com/

    abrazo

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