Finalizando el viaje

Todos los viajes son en el tiempo, y los humanos son jinetes que intentan e intentan hasta que creen controlar el recorrido.

Ulises sabía que necesitaba varias carreras, varias vidas, que una sola no era suficiente para aprender lo necesario. Esa verdad se le había revelado a su alma en el pequeño o enorme lapso entre muerte y resurrección de un par de sus vidas. Y de alguna manera, esa conciencia desarrollada se derramó como un vaso de vino, demostrando su monarquía sobre el cuerpo, embriagando su mente, alertándolo de su finitud, de su utilidad, de su condición de transporte desechable.

Así, Ulises comenzó a pensar en contribuir a su alma, en ayudarla a alimentarse, pero no de la manera habitual, que sería viviendo intensamente, cometiendo errores y superándose, sino consiguiendo más tiempo de revelaciones, de salto entre un cuerpo y otro, de limbo, de alma vacía y receptiva a las verdades universales. El cuerpo ayudando al alma, así de accesible es la soberbia para los humanos.

Con la sangre azul, lenta y espesa, paseando holgazana en sus venas, inició el recorrido. Caminó por la salida de ese túnel oscuro que traía los desechos de la ciudad. Pisaría charcos y agua nauseabunda hasta morir en una alcantarilla para luego viajar como un barco de papel hacia el río.

Cuando las únicas luces fueron los destellos en las ondulaciones que generaban sus piernas al empujar el agua y el único sonido fue una mezcla de lenta respiración y chirriante espuma, impetuosos torrenciales de tiempos pretéritos cayeron como una tormenta silenciosa, en forma de recuerdos, sobre su cabeza.

El cuerpo, pesado de ropa húmeda, seguía empujando y se cansaba. Los recuerdos llenaban su cara de expresiones, la aspiración y la expiración se apuraban entre sí haciéndose cortas y rítmicas; el agua subía y los pasos se volvían lentos.

En los huecos de la lluvia de imágenes del pasado, pensaba en ese tiempo mágico, entre la muerte y el nacimiento, donde fundiría su conocimiento con el de otros como él.

Su camino, que era igual a algún número par, dividía el agua en múltiples diagonales de un lado y del otro, primero con la cintura, después con el pecho y los brazos y luego con el cuello. Su cabeza y su respiración también se humedecieron. Algo en él se resistió pero finalmente logró su cometido: los años de existir se reflejaban como líneas difusas en el agua mansa.

Recibió revelaciones, presenció la alquimia espiritual, fue consciente como nunca antes. Y lo supo, supo cuando mueren las almas. Entendió que debía guardar el secreto como un tesoro, y que cada alma sería eterna excepto que uno de sus cuerpos huéspedes se quitara la vida por decisión propia.


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