Hospitalidad

Su auto se quedó sin gasolina. Tras dos horas de intensa caminata por la ruta desierta y empapado de sudor, Emilio distinguió unas casas en el horizonte. Llegaría transitando un angosto camino de tierra cuyo recorrido aliviaría sus pies doloridos.

En la calle ni siquiera había perros. Las casas parecían abandonadas. Tocó algunos timbres y nadie respondió. Desesperado, siguió repitiendo el ritual.

La última casa no tenía timbre, pero había movimiento en su interior. Golpeó la madera vieja y reseca de la puerta y un hombre abrió. Al ver el descuidado aspecto de Emilio, lo hizo pasar. Le pidió a Ely que trajera una palangana con agua para refrescar los pies del viajante. Ely, su hija, aunque era tímida y sumisa, vestía shorts y una camisa atada sobre el ombligo. Dejó el recipiente y luego se quedó en la oscuridad del garage, desde donde observaba todo.

Luis, el anfitrión, no tenía gasolina pero comentó sobre una lejana despensa donde la vendían. Se ofreció él mismo a buscarla para que Emilio pudiera descansar. Y se fue caminando con un bidón bajo el brazo.

Emilio masajeaba sus pies comprobando como una diminuta herida provocada por el calzado le causaba tanto dolor, cuando escuchó un ruido. Algo cayó al suelo del garage y Ely estaba levantándolo. Se quedó mirándola: la encontró muy atractiva. La llamó, le ofreció conversar y le pidió un vaso de agua, pero nunca respondió. Aunque después de unos minutos la curiosidad pudo más que la timidez y se acercó con dos vasos ¡de vino!

Apenas probaron el tinto e intercambiaron algunas palabras y ya estaban juntos; ella masajeándolo y él acariciándola. Enseguida los labios se encontraron y las manos recorrieron sus cuerpos. Hicieron desaparecer las incómodas ropas del verano y cuando él estuvo sobre ella la eventual pareja perdió la noción del tiempo.

Entraba y salía. El líquido salía con fuerza. La manguera goteaba. Se llenó el recipiente. El bidón estaba listo. El hombre volvía a su casa.

—Se lo ve mucho mejor —dijo Luis al entrar a la casa y notar brillo en el rostro de Emilio.

—Gracias a usted, y a su hija también —miró a Ely de reojo y luego, evadiendo la situación, volvió a su viaje—. ¿Consiguió la gasolina?

—Sí, con esto le alcanzará.

Los hombres fueron hacia la puerta. Emilio buscó en su billetera y entregó dos billetes a Luis, quién mostró un gesto de desaprobación.

—Por favor, tómelos..., sé que es mucho por un bidón de gasolina pero su hospitalidad lo vale.

—Gracias, pero esperaba un poco más, teniendo en cuenta también la hospitalidad de mi hija…

Emilio sonrió nervioso como un niño descubierto en travesuras; un seductor engañado; un macho dañado en su hombría.

Después de entregar unos billetes más se fue. Dio dos pasos y, aún sorprendido, giró y vio a Ely, que desde la oscuridad de la casa, detrás de su padre, agitaba su mano, saludándolo.

—¡Vuelva pronto! —les escuchó decir a dúo.

1 Comment:

  1. Anónimo said...
    muy bueno walter.
    este ultimo esta rechevere,
    me encanto!

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