¿Quién haría una cosa así?

El lugar parecía una casa como cualquier otra. Me recibió una mujer vestida de enfermera. Esperé hasta que me avisó, estirando su brazo y apuntando con el dedo índice al final del pasillo, que el "Pai" estaba listo para recibirme. El aire se hacía cada vez más espeso, el olor a incienso era muy fuerte y cuando llegué al final del corredor me encontré con el brujo, sentado tras una mesa y casi oculto entre tinieblas de humo de diversos colores. Me invitó a sentarme con un gesto.

Quise contarle mis problemas pero me pidió que sólo mirara el oráculo. Era una bola traslúcida girando en una fuente de agua ubicada en el centro de la mesa. Ahí se reflejaban las luces de colores. Él también miraba con mucha atención.

Sobre una música llena de tambores y gritos en un idioma desconocido para mí, y con gran asombro, escuché su relato de mi vida. Nunca despegó la mirada del cristal y, con voz suave y siempre en el mismo tono, me dijo:

—Tienes dos hijos. Estás separada hace doce años. Siempre has tenido discusiones con tu ex marido, Rogelio. Además te sientes mal contigo misma por los cambios propios de la edad. Aún no te repones de la muerte de tu padre. Tu familia no te acompaña; te sientes sola.

No podía creer el nivel de certeza de sus palabras. Los hechos, las fechas, las sensaciones y sentimientos. Había acertado en todo.

—Sin embargo, estás aquí por problemas económicos. Tienes un comercio minorista y no está yéndote bien. Aunque invertiste dinero en mejorarlo, los ingresos no acompañan. Y creo que ése es el problema.

—¿Cuál es el problema? —consulté, un poco confundida.

—Alguien hizo un trabajo para trabar tu progreso. Y lo hizo sobre la herencia de tu padre, la misma que estás usando poco a poco; para el negocio, para tu casa, para los gastos cotidianos. Esa plata está maldita. No deberías seguir usándola. Nada bueno puede salir de ahí. El trabajo está hecho sobre los billetes.

—¿Quién haría una cosa así? —increpé con bronca, buscando saciar mi curiosidad.

—Cuando tengamos los billetes lo sabremos. Hay que hacer dos trabajos para revertir el maleficio; uno para limpiar el dinero que pusiste en circulación, o que ya usaste para comprar cosas, y otro trabajo para quitar la mala onda de los billetes que aún tienes. Habría que empezar por este último para evitar que siguas expandiendo la mala energía.

—¿Qué hay que hacer entonces? —estaba dispuesta a hacer lo que sea total que mi vida vuelva a su cauce.

—Rápidamente hay que traer el dinero, pasto del patio de tu casa, velas de diez centímetros blancas y verdes, papel manteca, dos rosarios y una infusión con ruda, menta, hojas de paraíso y un limón cortado al medio.

—Muy bien. Mañana estaré aquí con todo. ¿Cuánto le debo por la consulta?

—Prefiero que no me pague ahora. Ese dinero está maldito. Por favor, págueme después que hagamos la limpieza. Luego veremos como bendecir la casa y el negocio.

Aquel gesto cerró toda posibilidad de dudas. Si fuera un simple comerciante se aseguraría al menos el valor de la sesión. Esa misma tarde visité herboristería y santería para armar mi arsenal de lucha contra el gualicho de alguien. Ya averiguaría de quien se trataba.

Al día siguiente, con mucho temor por andar con todo mi dinero en la calle, fui a ver al brujo. Me hizo servir parte del té en un vaso pequeño, agregó un polvo que extrajo de un mortero, dijo unas palabras extrañas y me pidió que lo tomara a sorbos. Dibujó un óvalo de sal en el piso, detrás del escritorio, donde antes estaba su silla. En el centro colocó el papel manteca, sobre él acomodó los billetes y luego encendió las velas. El ritual del brujo incluía una rara danza, muchas palabras y rezos, con uno de los rosarios. El otro rosario estaba enrollado entre mis manos.

Cuando terminó sus oraciones pidió algo que me sorprendió: que vaya al baño y moje cada parte de mi cuerpo con el resto del té que había preparado. Seguí sus indicaciones, que incluían secarme con un paño de seda apoyándolo en la piel, sin frotar.

Al volver lo encontré sentado, con las piernas cruzadas, detrás del papel manteca y el dinero. Cuando se consumió la primera vela comenzó a envolver el dinero con el papel manteca, como si fuera un fiambre de almacén. Luego usó el rosario para atarlo y dejó caer las últimas gotas de té del vaso sobre el envoltorio. Me pidió que no abra el paquete hasta que la luna vuelva a su fase nueva.

—¿Y quién hizo el trabajo al final? ¿Fue mi ex marido?

—Se ve la mano de una mujer, de pelo oscuro, no tengo más datos. El oráculo jamás revela un nombre.

Sólo algunas cosas cambiaron a partir de ese momento. Mi ex marido trajo el dinero de la manutención del mes actual, y se puso al día con los meses anteriores. Empezó a compartir más tiempo con nuestros hijos y se hizo cargo de los gastos de educación. Por ese lado obtuve tranquilidad. Pero el resto de los problemas seguían igual. ¿Habría que esperar a la limpieza de la casa y el negocio?

Cuando se fue la luna menguante fui impaciente a deshacerme del papel y a guardar el dinero nuevamente, dejando separado lo necesario para el mes. El rosario dejó su marca en el papel quedando grabado como un sudario. Cuando quise separar el dinero comprobé el precio que pagué por crédula: solo los primeros billetes eran tales, el resto era papel de diario cortado en el mismo tamaño. Entonces recordé una de las discusiones más comunes con Rogelio; el decía que el dinero de mi padre era de ambos, y que así sería a la larga, nos separáramos o no. Y entendí porque el pai, que no veía nombres en el oráculo, conocía el nombre de mi ex marido.

0 Comments:

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio