La herradura

Sosteniendo la herradura, Ramón fue golpeando con el martillo hasta insertar el clavo en la madera. Quedó sujeta al tirante del frente de la casa, arriba de la puerta. Tomó un nuevo clavo y repitió el golpeteo.

Atraído por los ruidos como los insectos a la luz, llegó Oscarcito, corriendo y saltando, al tiempo que jugaba carreras con Charly, quien imitaba los martillazos con ladridos. El pequeño miraba la tarea de su padre y por unos segundos intentó adivinar sus razones, pero finalmente consultó:

-Papá, ¿para qué ponés ahí una herradura?
-Es para que no entre el diablo en la casa, hijo.
-¿Pero si la puerta igual puede abrirse?

Ramón sonrió y comprendió que tendría que narrar la historia, o la lógica inocente de su hijo no lo dejaría continuar. Dejó el martillo, se agachó, y contó:

-Hace mucho tiempo, como mil años atrás, en un castillo vivía un cura que se dedicaba a trabajar con metales. Era una persona muy buena y ayudaba siempre a quien lo necesitaba. Se llamaba Dunstan. Una vez fue a su castillo un hombre pidiendo ayuda porque a su caballo le faltaba una herradura y así no podía andar. El cura enseguida tomó una herradura, martillo y clavos y se arrodilló para tomar la pata del animal. En ese momento vio que el hombre en lugar de pies tenía pezuñas. Entonces se dio cuenta que en realidad era el diablo disfrazado, que quería engañarlo. Rápidamente clavó la herradura ¡pero en la pezuña del diablo!

Oscarcito cambió su rostro de preocupación y esbozó una sonrisa pícara, traviesa, y enseguida preguntó: -¿Y después?

-El diablo gritaba de dolor y terminó pidiendo a Dunstan que por favor le quite la herradura de su pie. El cura, antes de sacarla, le hizo prometer que jamás entraría a una casa que tuviera una herradura en la entrada. Y dicen que hasta ahora el diablo cumplió con la promesa.

-¡Qué bueno Pá! ¿Puedo ayudarte?

-No hijo, esto es muy alto. Pero ¿podrías guardarme la caja de herramientas?

El niño tomó la caja y con algo de esfuerzo, el cuerpo hacia un costado, entró en la casa. Ramón se quedo viéndolo y en sus ojos se mezclaban las imágenes de su propia infancia, y su misma curiosidad por las leyendas, que incorporaba como una esponja, y que fue poniendo en práctica cada vez que llegaba el momento.

Cuando Ramón llenó de clavos todos los agujeros de la herradura ingresó a la casa y no encontró a Oscarcito. Fue a la cocina y desde allí vio, a través de la ventana, a su hijo caminando, con una sonrisa de oreja a oreja, martillo en mano, mientras el sol hacia brillar una herradura débilmente amarrada al techo a dos aguas de la cucha de Charly. Ramón sintió un nudo en su garganta, que no permitía salir de su pecho el enorme orgullo que sentía por su hijo, y que explotaría tan solo unos segundos después, en un gran abrazo, al que seguramente se uniría Charly.

2 Comments:

  1. Anónimo said...
    cada ves me gustan mas tu relatos
    deberias publicar un libro
    valentina 1915
    Walter Pascual said...
    ¡Gracias Valentina! Ojalá algún día suceda. Por ahora estoy experimentando, conociendo, aprendiendo.

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