La frialdad de la roca

No era esta la imagen que quería captar. Era en Febrero y por primera vez habíamos ido juntos de vacaciones. Estábamos asombrados; decenas de saltos de agua teñían nuestros ojos de blanca espuma; llenaban nuestros oídos de un murmullo suave, como una respiración, como un jadeo; inundaban nuestra piel con la bruma que como brazos de la cascada nos arrullaba tiernamente.
Entiendo que hayas pensado que era el marco ideal, aunque quizá no era el momento justo. ¿Qué mejor que la naturaleza alrededor para la propuesta? Los colibríes bailaban indecisos una música más rápida que la del medio ambiente, orquestada por grillos, búhos, tucanes y cigarras.

Nuestros rostros brillaban por la emoción, por el sol que castigaba y por la humedad que compensaba.

Habíamos llegado al puente que, pasando sobre el río, llevaba a la Isla San Martín; una enorme roca casi sin fauna ni vegetación y cuyo único atractivo era la vista panorámica que, desde la cima, permitía identificar los ríos, lagos y cascadas en un multicolor mapa viviente.
Así que decidiste hablarme ahí, antes de cruzar, antes de alejarnos de la naturaleza colorida, vívida.

Recuerdo que tomaste mis manos, me miraste a los ojos y comenzaste a hablar, mientras una sonrisa nerviosa se te mezclaba con las palabras de vez en cuando. Con los ojos a punto de desbordarse hiciste la propuesta. Yo no podía decir nada. Los segundos pasaron lentos y sinuosos, como una hoja seca apenas arrastrada por la brisa otoñal. Tuve que quitar mi mirada de tus ojos y sentí como tus manos dejaban de sostener las mías. Siempre supuse que lo entenderías, pero cuando tus ojos se mimetizaron con las cascadas arrojando su frío caudal de lágrimas, te diste vuelta. Creí que para secarte el rostro, pero empezaste a caminar. Sabía que apenas ingresaras al puente girarías y con una sonrisa me llamarías para que continuáramos el recorrido juntos. Por eso quise guardar el momento. Tomé la cámara y comencé a fotografiar para inmortalizar tu mirada de comprensión, tu sonrisa de esperanza. Como bien sabés, no sucedió. Nunca giraste. Te fuiste sin mirar atrás.

Yo quería captar otra imagen. Esto es lo único que me permitiste. Por eso te la envío, para que seas vos mismo quien te ve yéndote.


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