El orden es la base de la fortuna

Marta viajó en un colectivo repleto de gente rumbo a su casa, luego de una agitada jornada laboral. Alberto, su marido, como todos los martes, se encargaría de la cena; ése era su día especial; estaban tranquilos y a solas. Conversaban del trabajo, de sus actividades y de proyectos comunes. Con los proyectos venía la discusión de la lotería. Él decía que hablar de planes futuros invitaba a probar suerte, y lo venía haciendo semana tras semana, hacía años, sin resultados. Ella prefería ahorrar o utilizar ese dinero de otra manera.

Marta entró a la casa, colgó su abrigo junto al de Alberto pero le extrañó no oír la televisión, que solía apabullar con programas deportivos. Fue raro no sentir aroma alguno en la cocina o los ruidos de utensilios al chocarse, producto de manos poco hábiles para esos menesteres. Confirmado. La televisión estaba apagada, y en la cocina no había indicios de una probable cena. En la búsqueda llegó a la habitación y entendió que Alberto se había ido. Parte de su ropa estaba tirada sobre la cama, y faltaba una de las valijas. Rompió en llanto y cayó de rodillas al piso, tomándose la panza con una mano y la cabeza con la otra. Repasó mentalmente todos los momentos agradables y vio caer como un castillo de naipes sus planes futuros, su proyecto de vida. ¿Por qué se fue?, se preguntaba con insistencia.

Una hora después preparó su cena y comió con dolor, masticando la ausencia en cada bocado, bebiendo bronca y lágrimas. Encendió el televisor para apagar el silencio y solo veía figuras y colores en movimiento y un ruido de fondo, en este caso de noticias, y no de deportes.

¿Tendrá otra mujer?, dudaba, y de improviso se vio revisando su saco, en busca de un nombre, alguna pista de infidelidad. Nada. Solo papeles sin importancia, sin nombres, sin huellas. Hubiera sido demasiado fácil encontrar la solución así.

Estaba muy alterada, tanto desconcierto le hacía mal. Deslizó su cuerpo en el sillón y trató de concentrarse en la televisión; ya tendría tiempo de pensar, quizá una vida entera, en qué pudo haber pasado realmente.

Clima, internacionales, política, deportes, nada llamaba su atención. Entre el cúmulo de pálidas noticias, una persona hablaba con alegría. Era quien anunciaba los premios de la lotería. Mencionó el número y le resultó familiar. ¡Pero si era el número que siempre jugaba Alberto! Entonces ¿se fue por qué ganó la lotería? ¿Y nuestros planes? ¿Nuestro futuro? ¡No lo puedo creer! ¡Hipócrita!

Una nueva ola de lágrimas, ahora con más bronca que tristeza, inundó el rostro de Marta. Y recién cuando el líquido dejó libre sus ojos pudo ver el arribo imprevisto del recuerdo del día anterior. Ella, ordenando el portafolios de Alberto, guardó un billete de lotería, el último, en su saco, para que él lo encuentre posteriormente. Casi corriendo asaltó nuevamente el abrigo, revisó los bolsillos y luego levantó la mirada, mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción.

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