Desperté en lo que parecía una habitación en penumbra. Lo que supuse techo estaba bastante cerca para serlo. Todo se balanceaba suavemente, incluyendo las paredes a mi costado. Refregué mis ojos y me sorprendió el roce de puntillas en mi puño. Intenté incorporarme y mi cabeza golpeó la madera. Ya no estaba en el hospital.
Empujé la tapa con ambas manos y sólo conseguí avivar el olor a café. ¡Yo sólo estaba enfermo!
Como un perro que desentierra un hueso comencé a raspar con mis manos la madera al tiempo que escupí un grito mudo. Supe tener un buen cuerpo, pero ahora solo los brazos me respondían.
Varias uñas fueron cayendo sobre mi pecho en el intento, pero seguí raspando ¡tenía que ver el sol y detener el balanceo!
Ya sin uñas y con sangre en el cuerpo fui perdiendo fuerzas. En un lento degradé me fundí con el café y, aún a oscuras, pasaron ante mí algunas imágenes y situaciones de mi vida: el placer de los paseos en bicicleta en los viejos tiempos y la sensación de que nada más importa, como cuando era bebe y me dormía en los brazos maternos, mientras me acunaban de un lado a otro. Ese mismo movimiento que ahora mismo estaba dejando de percibir, mientras cerraba los ojos, esta vez por dentro, esta vez por siempre.
Etiquetas: Ficción
1 Comment:
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en fin buena escritura
voi a leer las dos de arriba