Cobardía

Entre medio de unos camiones, como escondiéndose, vi aparecer el colectivo. Asomó su trompa tímidamente, despreocupadamente porque sabía que el semáforo lo detendría en la esquina.

En unos instantes estuvo en la parada. Había alrededor de diez personas delante mío. Caballerosamente subí en último lugar.

Después del trámite del conteo de monedas y trueque por el boleto me dispuse a sentarme. Sólo quedaban libres asientos del lado del pasillo de la hilera de a dos.

Elegí sentarme al lado de ella. Ella era de tez mestiza, trigueña, con pelo extremadamente negro y abundante. Vestía jeans y una remera donde caían algunos rulos.

Al sentarme me miró de costado, casi sin mover la cabeza, solo cambiando la dirección de los ojos.

El viaje transcurrió sin decirnos una palabra, sin cruzar una mirada (a pesar que varias veces me encontré mirando sus pupilas).

Cuando cruzamos avenida Rivadavia algo cambió. Sus ojos recorrían todo el perímetro panorámico que, por supuesto, me incluía. Miró el reloj y la sentí calcular el tiempo que tendríamos para estar juntos (al fin y al cabo ella notaba mi interés en su persona).

Su recorrido visual se detenía ahora en mí. Miraba alrededor y luego me miraba a mí. Repitió este proceso tres veces hasta que venció los nervios, juntó el valor, tomó la decisión y me habló.
Esta vez sin recorrido previo buscó mi rostro con su mirada y cuando los dos ojos se sintonizaron con mucha firmeza, con voz decidida y algo urgente, me dijo: “Permiso”. Dos pasos más adelante tocó el timbre y en unos metros más se bajó. Seguramente con el sentimiento de culpa y cobardía de no haberse animado a más. Eso es lo que me molesta de algunas personas. Se hacen una película de la nada y al final nunca entran en acción.

Emociones en alquiler

-Juan Carlos, ¡es el tercer mes que esa parejita no nos paga el alquiler! De entrada te dije que tenían algo raro.

-Es probable que tengan problemas, mi amor, como tanta gente.

-Hay gente que compra excusas baratas... ¡pero vos encima las inventas por ellos! ¿Cuándo vas a ir a exigirles que paguen? ¿No te das cuenta que te toman de idiota?

-María, te estas poniendo nerviosa... me gustaría que nos calmáramos.

-¡A mi me gustaría que levantes el culo y defiendas lo que es nuestro! Sabés bien que yo no puedo ir por mi enfermedad, que sino...

-Bien sabe Dios quien es justo e injusto en esta tierra.

-¿Qué Dios? ¡Te hablo del alquiler! ¡Y de los parásitos que metiste en el departamento! ¡Vos sos un cobarde! ¡Eso es lo que sos! ¡Tenés miedo de enfrentarte con ellos!

-Pero, ¿con que armas puede uno enfrentarse a la mala fe cuando tiene la desgracia de ser puro de corazón?

-¿Armas? Por favor Juan Carlos, ¡si todo lo que haces es rezar! Además... “mala fe”. ¿Admitís que actúan de mala fe, que nos están cagando y me venís con el cuento del puro corazón? Juan Carlos: ¡tenés una semana para encontrar las armas que quieras y enfrentarte con los zánganos de mala fé que en lugar de corazón tienen tripas ó si no, la desgracia empezará acá y terminará en casa de los parásitos!

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