Prefiero los golpes

Siento golpes lastimando mi piel varias veces por segundo y con cada contacto me recuerdo feliz, mirando al cielo, reflejándome en el río; el mismo río que luego me llevó de paseo a un nuevo mundo, hacia nuevas formas y destinos.

Entonces me convertí en el envoltorio de un regalo y pude apreciar sonrisas y gestos de sorpresa, pero rápidamente me abollaban con ambas manos y me tiraban.

Luego fui boleto de tren y por necesidad duré más tiempo, pero siempre me desechaban al terminar el viaje.

También fui cigarrillo y acompañé momentos importantes, de nervios, de pasión; y me consumí con entusiasmo, con apuro y urgencia; y siempre sin conocer razones.

Fui una nota de despedida, leída con emoción, sorpresa y resentimiento; mojada con lágrimas y abollada con bronca, luego.

Y fui el billete, el dinero que oyó las campanillas del hotel, el que otorgó placeres triviales, pero que luego causó dolor por mi presencia y ausencia, a muchos otros. Me gastaron y me culparon.

Por eso, a pesar de todo, prefiero los golpes. Prefiero la tinta salpicando de letras mi piel. Prefiero ser el transporte de palabras y de texto y conformarme con la idea de que así escaparé del mundo material para encerrarme en tus ojos, que me guardarán en tu mente como si vieran una arboleda a la vera del río; con la idea de que con ellos, con tus ojos, podré ver otra vez el cielo y no será efímero. Prefiero los golpes hasta el final, hasta el punto final, que será el principio.

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