Finos zapatos de verano

De repente siento algo que me empuja, me llena todo, me presiona, me ajusta un poco y luego me empieza a mover. La repetida historia comenzó de nuevo. Yo, Izquierdo, me encontraba tan tranquilo debajo de la cama, junto a Derecho, descansando... y ahora... Bueno al menos me queda la remota posibilidad de que a mi ocupante se le ocurra ir a un lugar confortable.

Pero... parece que mis deseos no están en vías de hacerse realidad ya que mi piloto me hace bajar las escaleras a una velocidad que casi destruye mis sentidos. Llegó el día. Nos cansamos. Hoy, ahora, de acuerdo con Derecho, nos vamos a interponer uno en el camino del otro, dejando como consecuencia nuestra inmediata paralización, con lo

que lograríamos aplicar el principio de inercia que ambos aprendimos en la Shoe's School, donde nos sentábamos en el mismo piso, y así comenzar nuestra venganza.

Ya estamos en acción. El principio anteriormente mencionado provoca que el cuerpo de nuestro pasajero se desplace en principio unos 90 grados con respecto a su situación anterior. Luego, su cuerpo queda acostado sobre la escalera y su rostro empieza a sentir el frío de la loza. Ahora la fuerza de gravedad comienza a actuar haciendo que su cara, sus brazos, sus piernas y el resto de su cuerpo recorran el contorno de todos y cada uno de los escalones, con leves desplazamientos y bruscas caídas (de no más de 15 cm.) que se van sucediendo indefinidamente hasta que la cabeza de nuestro piloto choca, después de pasar por el último escalón, con el tan deseado piso.

A esta altura llevará una velocidad lo suficientemente alta como para que por resultado del impacto, su cuello se una con su ombligo.

Claro que Derecho y yo no permanecemos pasivos en todo este

proceso. Nosotros también nos vamos deslizando sobre la escalera y, cuando podemos, damos un envioncito para que la velocidad aumente, pero sufrimos cada golpe de cada escalón. Aunque aguantamos el dolor porque sabemos que luego vendrá lo que estamos buscando.

Con imperiosa velocidad llega una ambulancia al lugar de los hechos. Tratan, cuidan y llevan al lesionado con tanta bondad que no pareciera ser el culpable de lo sucedido. Si tuviera la delicadeza de bajar las escaleras a un ritmo razonable, quizás, no hubiera sucedido nada de esto.

La ambulancia nos dejó junto al accidentado en un hospital, donde nuestro piloto deber permanecer internado. Una enfermera nos saco de los pies del herido y nos puso al lado de un armario, a metro y medio de la cama.

En un principio creí que nuestro ex-ocupante estaba enfadado con nosotros, ya que ni siquiera nos miraba. Luego me di cuenta que tenia un raro aparato alrededor de su cuello, similar a una bufanda enrollada, pero de plástico, que lógicamente no le permitía mover la cabeza.

Cuando le sacaron esa cosa de la cabeza, notamos que nos miraba sin ningún tipo de rencores, por lo que Derecho aseguro que nuestro piloto nos habla perdonado, a lo que yo agregué que eso era imposible puesto que nosotros no habíamos hecho nada y él era el único responsable de todo lo ocurrido y que ahora lo que deberíamos hacer es

descansar, ya que con ese fin hicimos lo que hicimos.

Che, Derecho, ¿sabés que estoy pensando que después de todo esto mucha gente, al de ponerse los zapatos a la mañana, va a pensar dos veces lo que hacer, no te parece?

-Si es cierto. El olor a hospital es horrible.

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