Completa relajación

Es un hermoso lugar para trabajar; un consultorio pequeño, alejado, rodeado de jardínes con sol a raudales, aire puro y muchos árboles.

Empecé encargándome de la limpieza. La agenda se llenaba de turnos, todos de una hora, y entre un paciente y otro, debía acondicionar el consultorio.

Para ingresar debía esperar que salga el paciente, y luego la doctora me avisaba. Tenía sólo tres minutos para ordenar y echar desodorante de ambientes. Una vez al día, mientras la doctora almorzaba, hacía el trabajo en extensión y profundidad; barrer, cambiar la bolsa de residuos, la sábana de la camilla o repasar el sillón.

Comenté mis deseos de progresar y ella me recomendó que sea su asistente. Mientras, empecé a conocer el circuito administrativo del consultorio.

Al poco tiempo ya me encargaba de otorgar turnos, que según el tipo de terapia tenían precios diferenciados, y empecé a presenciar sesiones a través de una cámara Gesell, observando y oyendo todo detrás de un vidrio.

Entendí que lo importante era que el paciente pase a la terapia física, y para ello, la psicóloga debía ser muy perspicaz. ¡Y vaya si sabía utilizar las herramientas correctamente! No fallaba nunca. Yo estaba admirada. La forma en que hablaba, su gesticulación, las miradas, todo era perfecto y armónico. Era como una danza hipnótica, ya que los pacientes no dejaban, a su vez, de mirarla.

En la primera visita la doctora se enteraba de la vida del paciente. Generalmente eran hombres de negocios, y sus problemas eran similares. Luego los convencía de que juntos podían ir avanzando hacia la luz plena, la liberación, la tranquilidad. Les decía que era fácil conseguirlo cuando uno es capaz de compartir todo con el otro. “¿Con quien compartiste todo y con quien estás dispuesto a compartirlo?” era la última pregunta, para que piensen en la semana. En otra sesión les comentaba sobre la terapia física, que incluía liberarse totalmente y disfrutar el momento. Claro que era necesario, para conseguir el objetivo, eliminar obstáculos y enemigos en forma de moral, celos, vergüenzas e inhibiciones. Siempre los convencía. Los pacientes salían ansiosos por tomar un turno para terapia física. Cada encuentro de esta terapia alternativa valía ocho veces más que una consulta ordinaria.

Adecuamos un consultorio para la terapia física y empecé a trabajar con ella. Mi tarea era desestresar al paciente. ¡Y qué mejor que cirios y flores para crear un ambiente de relajación! Con luz tenue, aroma a jazmín y música suave yo aplicaba un masaje relajante, desde las extremidades al centro del cuerpo. Luego me retiraba, entraba la doctora, y por cuarenta minutos seguían en lo suyo. Claro que encontraban la luz, ¡era un logro plenamente satisfactorio! Y a partir de entonces repetían el encuentro, semana a semana.

Por eso necesitamos dos nuevas empleadas. La idea es que se ocupen de la limpieza básica y algo más, cada tanto.

Humo de perros

Al despertar no entendía bien. Luego reconocí que estaba en un hospital y recordé mi operación. Tomé mi reloj de la mesita y me asombré: eran las diecinueve del viernes 13 de abril, y me operé el lunes 9. No había médicos ni enfermeros en la sala, sólo otros pacientes durmiendo.

Me senté en la cama y luego me paré. Un poco mareado caminé en busca de un doctor que me explique lo sucedido. No había nadie en enfermería. También el pasillo estaba vacío y los consultorios desolados. Bajé las escaleras y el hall central estaba despojado de gente. ¿Será hoy feriado? ¿Habrá alguna huelga?, me pregunté ante el abandono del hospital.

Salí a la calle buscando un taxi. ¿Cómo podía ser que en la avenida principal no haya un solo vehículo y ningún peatón? Jamás sentí un silencio así, una soledad igual, en una ciudad tan populosa.

Cada veinte pasos me detenía a descansar; estaba débil y me agitaba rápido. Con cada pausa, al relajar mi respiración, el silencio ganaba la batalla inundando como una ola gigante, todo lo que antes era ruido y locura, apagando la vida, la esencia, el aporte humano a la jungla de cemento.

Ya estaba anocheciendo y las luces no aparecían. Era todo muy raro. Necesitaba saber que estaba sucediendo. Con el cielo teñido de rojo pude ver, a unos doscientos metros, un puesto de diarios. Me apuré porque temía perder las últimas luces del día. Tomé los diarios y los llevé al centro de la avenida, donde había más claridad. Los desplegué en el pavimento y me dispuse a buscar alguna pista. Fue fácil. Estaba en los titulares. “Una gran nube de humo invade la ciudad”, “Sería tóxica la humareda”, “Sólo es perjudicial para humanos” y terminé de entender todo con el ejemplar más reciente: “Se inicia el éxodo masivo de la ciudad” y luego “Miles de personas abandonan la ciudad en barco y se registran peleas por obtener un lugar antes que el humo llegue a los pulmones. El pánico se desato al confirmar que los afectados comenzarían a sufrir deformaciones cutáneas y luego perecerían”.

¿Pero el humo no era de quema de pastizales?, pregunté sin hablar. Sin saber que hacer, me dirigí hacia el puerto, con la esperanza de encontrar un humano más.

La noche se adueño del tiempo y tiño de negro las calles con una densa oscuridad solo interrumpida por semáforos que como luciérnagas se perdían en el horizonte. Ya no había humo en el ambiente, pero el viento empezó a azotar y con él las hojas y restos de basura a arrastrarse por el aire. También el viento se llevaba el sonido de mis pasos ahogados y mi respiración. Mis dudas, mi miedo y mi incertidumbre seguían firmes, enganchados al lento desplazamiento de mi cuerpo.

Los ratones se cruzaban por mi camino con total soltura, dejando claro que era yo el intruso y ellos los dueños de la noche. Los murciélagos volaban en densos grupos oscureciendo de a momentos la luna o pasando sobre la luz de los inútiles semáforos.

La cercanía del puerto inundaba las calles de olor a podredumbre. Junto al embarcadero estaba la sala de espera, un enorme recinto con paredes de vidrio. Si la soledad de la calle me asustaba, la nueva compañía era aterradora. La sala estaba llena, pero nadie permanecía en pié. Estaban todos muertos. Las dos puertas estaban cerradas por dentro con cadenas y la gente amontonada en el centro de la sala, muchos abrazados, lejos de las paredes de vidrio. Me acerqué hasta una de las puertas. No quise apoyar mi mano. Miré con algo de espanto esperando no encontrar un rostro familiar, aunque resultaría difícil reconocerlo. Las caras estaban hinchadas, con manchas rosadas y blancas. Algunos habían expulsado un líquido viscoso, otros tenían heridas abiertas. Las moscas brindaban un tétrico espectáculo de danza clásica sobre los cadáveres descompuestos. ¿No salían de la sala por el humo?¿Habrán estado esperando un barco para huir? ¿Habrán muerto de hambre? ¿Por qué tenían cadenas en las puertas?

Sentí nauseas, aparte mi vista de los cuerpos y con amargura miré la luna con mis ojos llenos de lágrimas. Mi búsqueda de compañía solo trajo dolor. Hubiera preferido la soledad total, a la compañía de muertos con tanto sufrimiento a cuesta, tan expresivo, tan contagioso, y con el extraño juego de símbolos picando: ¿mi destino era estar ahí con ellos?

Caminé por la costanera, sin rumbo fijo, con pensamientos absurdos, sobre la sociedad, la comunidad, los sueños, mi vida, mi familia, los sueños y la vida del resto de las personas que ya no están. ¿Hacia donde debo ir?

A lo lejos se escucharon aullidos. Los llantos de caninos callejeros. Si me los cruzo, al menos tendré con quien jugar un rato. Ellos son incansables niños inquietos, quizá lo más parecido a un humano que podría encontrar.

Los aullidos se fueron mezclando con ladridos. Seguí caminando y cada vez eran más cercanos. Hasta que finalmente me encontré con la jauría. No eran algunos perros, eran cientos, corriendo en grupo por la calle. Pasaron a mi lado ladrando, casi ignorándome y algunos me chocaron. Perdí el equilibrio, caí al piso. Me volví a levantar y los perros siguieron pasando, pisándome y algunos mordiéndome. Sentí como varios perros se habían obsesionado con mis pies, y los mordisqueaban pese a que yo pataleaba para quitarlos. Finalmente caí otra vez, y como si entre ellos se comunicaran avisando que una nueva presa está disponible, vinieron todos hacia mí. Me acurruqué en posición fetal e intenté contener las mordidas. Empezaron arrancándome la ropa, luego sus pezuñas rasparon mi piel hasta sangrar, y mientras yo gritaba con fuerza, fueron mordiendo, con lentitud pero con mucha simultaneidad, todo mi cuerpo. Comprendí a que temían los que esperaban el barco. Me quedaba la duda si el humo sólo afectó a los humanos. Lo último que recuerdo es aullidos, ladridos y ruido de huesos mascados.

El incentivo de la almohada

No soy Alá

Please allow me to introduce myself, Im a man of wealth and taste

Sé que estás soñando. Soy yo, el mismo de siempre, a quién has dado un nombre equivocado, pero jamás te lo recriminé, no me importan los nombres. Conmigo aprendiste que la vida es menos importante que la causa, que al paraíso solo se accede de la mano del sacrificio por la comunidad, que nadie te quitará tus tierras, que nadie, por más grande que sea, puede estar seguro todo el tiempo.

Eres uno de los hombres más valientes y el mejor estratega que conozco, con pocos medios logras mucho; al mundo le hace falta gente como tú. Gente que pueda dejar el sufrimiento detrás, gente con familias que entiendan, gente que pueda ver a su compañero en pedazos en el piso, y aún así pensar en el objetivo principal.

I stuck around St. Petersburg when I saw it was a time for a change.
Killed the czar and his ministers and Anastasia screamed in vain.

Seré breve. Quiero comentarte, alertarte, adelantarte que tu vecino de la otra manzana está preparando algo. Quizá mañana lo tenga listo. Supongo que encontrarás la forma de evitarlo. Nadie juega tan bien al ajedrez ni entiende tanto el tablero, ni es capaz de cambiar las relaciones de fuerza como tu. Sé que las distancias nunca han sido un obstáculo para ti, sé que lejos de huir de la tecnología te montas sobre ella para obtener el mayor beneficio. Sé que puedes volar en los diferentes sentidos de la palabra, con tu vida o con otras vidas, que son también parte de la tuya.

Estás acostumbrado a los cambios violentos. Eres, desde las sombras y la oscuridad, capaz de cambiar la historia del mundo. Y es todo tu logro, a mi no me debes nada. Ni siquiera es necesario que conozcas mi nombre. Llámame como quieras.


No soy Dios

Please allow me to introduce myself, I'm a man of wealth and taste

No, no te despiertes. Sólo sigue escuchando. Yo estuve contigo otras veces, aunque nunca lo supiste. Te ayudé a forjar tu carácter, tu personalidad, los rasgos que te diferencian del resto; las bases de tu éxito.

Soy como tu sangre; algo de lo que no eres consciente pero que te ayuda en todo momento a conseguir cada una de tus cosas. Estuve para levantarte cuando te caías. También para probarte. Quizá recuerdes algunas noches, al intentar conciliar el sueño, un tirón en la sábana, una brisa fresca, la sensación de que alguien más estaba ahí. Si, era yo, comprobando que te hayas dormido profundamente antes de hablarte.

And I was round when jesus christ had his moment of doubt and pain

Hoy tienes los mismos ojos tranquilos e inmutables que aquella vez en New Heaven, cuando la luna se fue del cielo y tus pasos no eran los únicos en la oscuridad. Algo se movía entre los arbustos, algo o alguien pronunciaba tu nombre, te habían asustado. En esa época, tenías la misma fuerza de voluntad, pero aún te faltaba inteligencia, velocidad para decidir. Elegiste no hacer nada, seguir caminando sin rumbo certero, no mirar hacia los costados, y te salió bien. Por eso fue una buena decisión que hayas ingresado a las fuerzas armadas. Ahí endureciste la poca blandura que heredó tu alma. No sentiste miedo cuando volaste el F-102 por primera vez. No sufriste ni sentiste pena cuando hubo muerte a tu alrededor; eras un militar.

But whats puzzling you Is the nature of my game

El resto fue muy fácil para ti. Pocas personas tienen el privilegio de ser tan importantes, que sus decisiones influyan a tanta gente. Te lo ganaste en justa ley. Otros en tu lugar han vacilado, más tú te muestras firme y decidido.

Solo vengo a decirte que se vienen épocas difíciles, y que confío en que sabrás, día a día, salir adelante. Lo sé porque lo has hecho anteriormente; has sobrellevado los problemas de la naturaleza y sus caprichos; has exigido lo exigible a los otros para usarlo en beneficio de los tuyos, en una perfecta actitud paternalista; has salido airoso de problemas económicos, y podría seguir enumerando, pero sería elevar tu ego a niveles desconocidos, y bien sabes que en la mesura está la perfección.

Siento tanta confianza en ti que quisiera dejar de estar detrás de las sombras, que me veas a los ojos como yo lo hago ahora, pero a veces es mejor el amor platónico, la realidad complica las cosas. Por eso es que no me molesta que lleves slogans de la competencia, que inteligentemente simules buenas relaciones, porque sé que es parte de tu estrategia, que no das pasos en falso, que consigues lo que quieres.

Just as every cop is a criminal and all the sinners saints

Por eso debo prepararte. Tú y tu familia, mañana, deben permanecer en un lugar seguro, sobre o bajo tierra, no en el aire.

Ya sabes, no soy tu dios, no quiero serlo. Solo quiero que sigas desarrollándote.

As heads is tails, just call me lucifer

Estación terminal

Llegué a la estación treinta minutos antes del horario de partida. Era un viaje de dos horas y preferí contar con tiempo para guardar mi equipaje y acomodarme con tranquilidad. Mi boleto, comprado hace cuatro días, indicaba vagón 56 y asiento 47, pasillo, ideal para no pedir permiso a cada rato.

Subí al tren en primer lugar, guardé mi maleta en el portaequipajes y dejé mi bolso de mano sobre mis piernas. Ya sentado, levemente inclinado, me dispuse a leer el diario con la intención de despejarme y no pensar en la razón de mi viaje, la entrevista laboral en Cutex Inc., que buscaba un contador. Habían seleccionado a tres personas, ya habían entrevistado a dos (colegas que conozco) y ahora llegaba mi turno.

El tren se fue llenando de gente con un bullicio sordo, como intentando silenciar los ruidos habituales y necesarios, ruidos que serían hundidos en cuanto el motor comenzara con su habitual traqueteo.

Antes que el convoy inicie el viaje fui al baño. Es mejor aprovechar los momentos en que el tren está estático, ya que los vaivenes propios del viaje pueden arruinar la primera impresión del entrevistado, vistiendo de vergüenza a quién como un bombero en un edificio en demolición, no puede controlar su estabilidad.

Al regresar, enorme fue mi sorpresa al encontrarme a un hombre ocupando mi asiento. Supongo que contaba con unos años más que yo, su aspecto era prolijo pero un poco descuidado, como quien no le dedica demasiado tiempo a la imagen personal. Posé mi mirada demandante en sus ojos, esperando su disculpa y retirada, pero él la quitó enseguida para volver al diario. ¡Era mi diario!

-Disculpe señor, este es mi asiento-. Le dije.
-No, es mío, yo tengo mi boleto.
-Quizá hubo una confusión, ¿por qué no revisamos ambos boletos? –sugerí, seguro que así terminaría el litigio.

-Coche 56, asiento 47P –dijo el hombre, despreocupado, sin atisbo de levantarse.
-No puede ser, yo tengo el mismo –y estiré mi mano con el boleto hacia la suya, y él respondió con lo mismo. Leímos detalladamente los boletos del otro y la cara de asombro nos invadió a ambos. En sincronía nos fuimos alarmando. Cruzamos la mirada y volvimos a leer. Yo me sorprendí porque en su boleto figuraba mi nombre, y no era difícil adivinar que su sorpresa era por lo mismo. Adelantándome, como si eso significara modificar la realidad, anuncié:
-Yo soy Nicolás Palenzani. ¿Usted quién es?
-Yo también, digo, yo soy Nicolás Palenzani. –Un silencio incómodo se sembró entre nosotros y fue creciendo justo cuando el tren se ponía en movimiento. Me senté frente a él aprovechando que aún ese asiento no estaba ocupado. Preocupado por nuestro destino cuando venga el dueño de mi asiento o el guarda nos pida boletos, seguí cultivando el silencio. Pero la curiosidad era mayúscula, y comencé a indagar en los orígenes de la casualidad.

-¿Dónde vive usted?
-Vivo en el barrio “La Alameda”, cerca del río.
-Sí, conozco el lugar, allí vivían mis padres.
-Los míos también, hasta que tuvieron el accidente. –No quise mencionar, quizá para evitar que la bruma de la coincidencia ciegue mi visión, que mis padres también fallecieron en un accidente.
-¿Viaja hasta la estación terminal?
-Si, tengo una entrevista de trabajo, y con buenas posibilidades, en Cutex.

No podía creer lo que oía. Misma edad, misma profesión, misma ciudad, ¡y en busca del mismo puesto de trabajo! Pero la búsqueda era una, y seguramente citaron solo a “un” Nicolás Palenzani. Mi cara estaba elevando su temperatura y en la ventanilla, entre los árboles que pasaban rápido, me veía un poco colorado. Mis puños se abrían y cerraban, mojados en transpiración. Mis labios comenzaron a temblar y parecían decir algo sin palabras audibles.

-¡Uno de los dos se tiene que bajar! –casi lo grité, acercándome a su rostro, estacando mi mirada en sus ojos, desafiándolo.
-Bájese cuando quiera, “Nicolás”- me respondió irónico, alargando mi nombre, nuestro nombre, al final.

Me puse de pie y lo tomé del brazo arrastrándolo conmigo. El saco se arrugaba y mojaba en mis manos mientras lo arrastraba hasta el hueco entre vagones.

-¿Quién lo manda? ¿Qué es esta joda? –le grité mientras cerraba la puerta en lo que fue mi último atisbo de cordura y vergüenza frente a los pasajeros, y con ambas manos en su solapa lo acorralaba contra la pared.
-¿Qué es lo que le molesta? ¿Descubrir que no eres el Nicolás original? ¿Por qué no disfrutas de recorrer el camino que yo voy dejando marcado? –Esa respuesta, que dio tranquilo y seguro, solo yo sabía cuán dura era, cuán profundo acariciaba con palabras como cuchillos afilados, las heridas abiertas a lo largo de años. ¿Y si el impostor se quedaba con mi trabajo? ¿Y si yo conseguía el trabajo y él cobraba? ¿Y mi mujer y mis hijos? No era posible mantener la situación.

Los árboles seguían corriendo en sentido contrario del tren, y el monótono golpeteo sobre los rieles casi tapaba en mis oídos la voz del intruso en mi vida, que seguía metiendo el dedo en la llaga, y parecía alentarme a terminar el problema. Así fue que, ya casi sin aliento, y con el pulso compitiendo con el tren, lo traje hacia mí, y luego lo empujé, con mis brazos y mi cuerpo, hacia delante, hacia la puerta del vagón, fuera del tren, en un esfuerzo vital y mortal. Después el tren se alejó sobre el camino marcado por las vías, y se achicó como un gusano, igual que el bullicio de gentíos, igual que el crujido, igual que mi vista. Y así, el tren, como mi vida, llegó a la estación terminal.

Marta viajó en un colectivo repleto de gente rumbo a su casa, luego de una agitada jornada laboral. Alberto, su marido, como todos los martes, se encargaría de la cena; ése era su día especial; estaban tranquilos y a solas. Conversaban del trabajo, de sus actividades y de proyectos comunes. Con los proyectos venía la discusión de la lotería. Él decía que hablar de planes futuros invitaba a probar suerte, y lo venía haciendo semana tras semana, hacía años, sin resultados. Ella prefería ahorrar o utilizar ese dinero de otra manera.

Marta entró a la casa, colgó su abrigo junto al de Alberto pero le extrañó no oír la televisión, que solía apabullar con programas deportivos. Fue raro no sentir aroma alguno en la cocina o los ruidos de utensilios al chocarse, producto de manos poco hábiles para esos menesteres. Confirmado. La televisión estaba apagada, y en la cocina no había indicios de una probable cena. En la búsqueda llegó a la habitación y entendió que Alberto se había ido. Parte de su ropa estaba tirada sobre la cama, y faltaba una de las valijas. Rompió en llanto y cayó de rodillas al piso, tomándose la panza con una mano y la cabeza con la otra. Repasó mentalmente todos los momentos agradables y vio caer como un castillo de naipes sus planes futuros, su proyecto de vida. ¿Por qué se fue?, se preguntaba con insistencia.

Una hora después preparó su cena y comió con dolor, masticando la ausencia en cada bocado, bebiendo bronca y lágrimas. Encendió el televisor para apagar el silencio y solo veía figuras y colores en movimiento y un ruido de fondo, en este caso de noticias, y no de deportes.

¿Tendrá otra mujer?, dudaba, y de improviso se vio revisando su saco, en busca de un nombre, alguna pista de infidelidad. Nada. Solo papeles sin importancia, sin nombres, sin huellas. Hubiera sido demasiado fácil encontrar la solución así.

Estaba muy alterada, tanto desconcierto le hacía mal. Deslizó su cuerpo en el sillón y trató de concentrarse en la televisión; ya tendría tiempo de pensar, quizá una vida entera, en qué pudo haber pasado realmente.

Clima, internacionales, política, deportes, nada llamaba su atención. Entre el cúmulo de pálidas noticias, una persona hablaba con alegría. Era quien anunciaba los premios de la lotería. Mencionó el número y le resultó familiar. ¡Pero si era el número que siempre jugaba Alberto! Entonces ¿se fue por qué ganó la lotería? ¿Y nuestros planes? ¿Nuestro futuro? ¡No lo puedo creer! ¡Hipócrita!

Una nueva ola de lágrimas, ahora con más bronca que tristeza, inundó el rostro de Marta. Y recién cuando el líquido dejó libre sus ojos pudo ver el arribo imprevisto del recuerdo del día anterior. Ella, ordenando el portafolios de Alberto, guardó un billete de lotería, el último, en su saco, para que él lo encuentre posteriormente. Casi corriendo asaltó nuevamente el abrigo, revisó los bolsillos y luego levantó la mirada, mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción.

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