Entre siete y sesenta

“¡Siete pesos! ¡Sólo siete pesos!”. Dijo sonriendo, mientras le servía la última copa de champagne.

-¿Contó toda la historia?

-Todo. En realidad le contó a su hermana. No quise escuchar, pero como mozo de barra, siempre estás cerca. Pero para mí mentía, víctima de celos, envidia y otras vanidades.

Contó que venía caminando, de noche, por un barrio desolado. Estaba oscuro y decidió caminar por la calle.

Una mujer se le acercó; la vio avanzar desde la vereda en diagonal hacia él. Se detuvo enfrente y le pidió una moneda.

Dudó, pero buscó en el bolsillo. Entonces notó que había varias personas más rodeándolo, y que arrasaban, como aves de rapiña, con sus pertenencias. Empezaron con la billetera, siguieron arrancando el reloj de su muñeca.

Dijo que lo tomaron de la nuca y lo forzaron a agacharse. A los tirones, lo llevaron a un pasillo entre dos casas. Eran como diez, jóvenes y exaltados. Querían las zapatillas; se las arrancaron. Pidieron el cinto y apenas lo aflojó, lo quitaron de un tirón de su cintura.

Relató que uno de ellos sacó un arma y apuntó, en forma desganada y nerviosa, a su cabeza. Tuvo miedo de no resistir, que su interior repleto de demonios explote y que el precio sea un disparo fatal. Pero aguantó y no rompió la promesa.

Me acerqué a limpiar la barra. Su hermana andaba con todos los sentidos atentos y escuchó el final de la historia. El hombre dijo que en aquel instante, los momentos más lindos e importantes de su vida pasaron en cámara rápida, en contados segundos, por sus ojos. Luego vino la preocupación por el dolor que causaría, al morir, a sus seres queridos. ¡Y él que estaba preocupado porque la cabeza le dolía desde la mañana!

No gatillaron pero lo dejaron en ropa interior, medias y una remera. Cuando estaban yéndose, y aquí empieza la parte que no creo, dijo que les gritó. Pidió que le devuelvan el documento que estaba en la billetera.

-¡Loco, déanle los documentos al pibe! ¿Quién tiene la billetera?

-Yo la tengo, acá.

Y el documento voló por el aire, en el pasillo.

-¡No se hagan los giles con la billetera como el otro día eh! ¡Pibe! ¿Cuánta guita tenías en la billetera?

El tipo, a esa altura borracho, dice que respondió: -Como sesenta pesos.

-¿Escucharon? ¡Sesenta pesos! ¡No me zarpen más eh!

Entonces empezó a reír al tiempo que decía "¡Siete pesos, sólo siete pesos tenía en la billetera!". Y trasfiguró su rostro con una fuerte carcajada. Cayó sobre la barra tirando todo y hasta le entró champú en los ojos, que quedaron burbujeando. Pero ya te dije, para mí inventó todo. ¿Vos por qué lo buscas?

-Por una broma que él hizo, y que le quiero devolver. ¿Sabés si vuelve por acá?

-Ni idea, era la primer vez que venía. Pero la hermana si, ella estaba ahí, en un aviso del diario, que cada tanto sale, y entonces viene por acá.

De liebres y tortugas

El sol aún no había secado el barro que dejó la lluvia cuando el inspector Salvati entró al barrio con tranquilidad y lentitud. Disfrutaba del paisaje con la parsimonia del dominguero; así era su vicio laboral de observar y analizar todo.

Las casas eran todas iguales: duplex alpinos de paredes cubiertas de troncos con una cochera y un quincho en la parte posterior.

Las luces de los patrulleros iluminaban de reojo el frente de la casa de los Echagüe, pareja de renombrados abogados, según le informaron.

Salvati, ante la risa burlona de los oficiales, que a sus espaldas lo llamaban “inspector tortuga”, dio vuelta alrededor de la casa observando, tomando fotografías, algunas medidas y muestras del lugar. Luego, cambió su calzado e ingresó a la casa. En el living yacía la mujer, en diagonal sobre el sillón, con su brazo cayendo a un costado. El cuerpo del Dr. Echagüe estaba en un rincón, al lado de la chimenea, sobre un charco de sangre, y en una posición que indicaba haber estado en cuclillas o acurrucado antes del desenlace, con sus manos y uñas rojas, símbolo de pelea contra la muerte. En el otro extremo de la sala, tirado en el piso, con el pecho ensangrentado, mal vestido y sin afeitar, estaba el tercer muerto, el intruso en la casa, al lado de un circulo blanco indicando el lugar donde encontraron el arma.

Fiel a su costumbre, después de la inspección de rutina, pidió un resumen de los hechos al comisario:

-Según testimonios de los vecinos, al anochecer se vieron luces y movimientos en la casa. Luego llegaron el abogado y su mujer, como era habitual. Pasados aproximadamente veinte minutos dieron parte a la policía sobre gritos y disparos. Se presentó un móvil y encontraron la misma situación que usted vio: tres occisos; los dos habitantes de la casa y el tercero, presumimos ladrón, porque los oficiales encontraron una mochila con dinero y objetos de valor en la misma. La mujer murió de un ataque al corazón, informó el forense. El arma es propiedad del Dr. Echagüe, le faltan tres balas; hay un impacto en la pared y otro en cada uno de los cadáveres masculinos.

El inspector, que miraba al comisario atentamente e intentaba enlazar las palabras con las imágenes que acababa de registrar armando un rompecabezas trunco, provocó un silencio incómodo y, cuando el comisario amago a retirarse, entre dientes, dijo:

-Entiendo. Informe eso a la prensa y hágame llegar toda la información que tenga sobre las tres personas. Luego le entregaré el informe.

Los datos policiales llegaron al día siguiente. Decían que Roberto Vallejo era un ladrón, salido de la cárcel hace una semana, preso por robar un banco. Que Ronaldo Echagüe era abogado y tenía un estudio jurídico, dedicándose a casos penales hace veinte años y civiles hace cuatro. Que Clara Llanos de Echagüe era abogada y se ocupaba de los casos civiles del mismo estudio. Qué el estudio representó al banco en el caso por robo que terminó con Vallejo, y otros cuatro implicados, condenados.

Volvió a observar las fotografías y una sonrisa, indecisa entre irónica y sarcástica, se esbozó unos segundos en su arrugado rostro. Pensaba en sus colegas, quienes hubieran cerrado la investigación, sino en el primer día, seguro al obtener estos datos, que cambiaban el móvil de los hechos. Pero, aún a riesgo de que el tilde de tortuga se haga piel en su piel y caparazón en su espalda, siguió adelante.

Le llevó cuatro días más conseguir la información faltante. Se interiorizó sobre cada caso del estudio del Dr. Echagüe y visitó la cárcel donde había estado Vallejo, buscando el motivo de su salida prematura, antes de terminar su condena. Allí encontró la verdadera razón: Vallejo estaba en esa casa para pagar su libertad. La salida fue arreglada por Ricardo Parissi, jefe máximo de un reconocido sindicato. Vallejo obtendría el cargo de jefe de una nueva seccional en una provincia lejana. Faltaba conseguir algo de dinero para concretar el proyecto, y el abogado tenía bastante guardado. El deseo de una nueva vida empujó a Vallejo a salir de la cárcel por la misma puerta que usó para entrar.

Parissi estaba en problemas. Décadas de negocios turbios llevaron al sindicato a la quiebra. Además, pesaban sobre él varias causas penales y la más importante estaba por obtener sentencia; era cuestión de semanas para que el sindicalista ingresara por largos años a la cárcel. Faltaba el alegato final del abogado querellante, su perseguidor incansable, el Dr. Echague.

Dos nuevos días pasaron hasta que Salvati entregó el informe que, como siempre, era difícil de digerir. Su capacidad de ver diamantes donde todos ven roca, de encontrar el arco iris tras cada llovizna y de oir voces en el bullicio, no hacía más que poner el dedo en la llaga a los que se guiaban sólo por la realidad tangible, visible, superficial.

El informe recomendaba analizar las fotografías de la parte trasera de la casa, donde había, además de las huellas de los dueños, pisadas de otras dos personas, dejadas al ingresar. Y a la derecha, pasos cortos y profundos; la corrida de una persona sola. Sugería tener en cuenta el testimonio del convicto, quien sabía que Vallejo saldría a robar, pero desconociendo quien sería el dueño de la casa a ultrajar. En síntesis, analizar la coincidencia de deseos de muerte o venganza hacia el Dr. Echague, entre Vallejo y Parissi, y la posible presencia de un cuarto participante en la casa.

Finalizó el informe haciendo saber, por primera vez, que conocía su apodo, al escribir: "Las liebres son rápidas, pero su visión es panorámica, y apenas reconocen el paisaje por colores y formas. Las tortugas captan cada detalle y sienten el clima, la tensión y la esencia, que es invisible, en sólo unos pasos. Ahora que la tortuga pasó es tiempo de que corran las liebres otra vez, pero con el camino marcado". En tan solo una semana, tortuga Salvati terminó su trabajo.

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