Es sabia la naturaleza


Me ha permitido disfrutar de lo más bellos paisajes, me ha hecho vivir experiencias únicas. Pude entender lo gratificante que es disfrutar de mis cinco sentidos.

Paisaje en mis ojos

Al dejar de mirar lo cotidiano vi el esplendor. Seguí caminando y la imagen era cada vez más nítida. Pude admirar sus formas, sus curvas, el aspecto y los colores. Había rutas definidas y zonas –aparentemente- sin explorar. Se sentía una gran armonía –como si de niebla se tratara- cubriendo las curvas más sensuales.

¿Cómo explicar lo que mis ojos veían? En lo alto, el viento soplaba los cabellos de la montaña. Los cabellos eran un bosque tupido pero sensible a las caricias del aire. Más de cerca pude divisar dos lagos. El agua cristalina mostraba al sol brillante y redondo. En cada costado del lago nacían cauces de arroyos, como si en algún reciente deshielo se hubieran derramado lágrimas. ¿El lago se habrá desbordado de alegría o de tristeza? Una montaña pequeña se erguía entre los lagos y mi camino. Allí, dos oscuros túneles mostraban una constante actividad eólica.

La naturaleza de una palabra

Con la absurda ambición de que mi voz recorriera –y porque no, estremeciera- todo el paisaje que estaba observando, dije “Hola”, en un ritual que entiendo más propio que del entorno. Sin embargo, sorpresivamente, alguien o algo respondió a mi saludo. Me refregué los ojos porque creí ver que dos lomas –antesala de la montaña ubicada entre los lagos- se movían. Descreyendo mi intuición, y además negando los riesgos de un sismo, caminé más rápido aún. Y abrí los ojos tan grandes que pude competir con los lagos al tomar la luz del sol.

Sentir la tierra

Ante mis ojos una larga planicie. Mi instinto me llevó a posar mi mano sobre ella. La superficie era suave y podía sentir un cosquilleo en la llama de mis dedos; una especie de innata respuesta de la tierra a un contacto diferente. A mi izquierda vi otra planicie igual a ésta. Ahí comprendí que la planicie era la parte superior de una loma en forma semi circular, como un tubo aunque no tan uniforme.

Inicié una recorrida que no supuse sería tan larga ni tan bella. Mis pies descalzos se apoyaban con suavidad y permanecían estáticos unos segundos, antes de abandonar la fresca piel de la tierra. A veces mi mano, a veces todo mi cuerpo, abrazaban la colina en forma de pierna, haciéndonos casi uno, bajo la misma brisa. Era una brisa deliciosa y suave; por momentos agitada y en otros tranquila, proveniente de la respiración de la montaña, allá en lo alto.

Lo nuevo y ya conocido

Continué avanzando. Algo me atrapaba. Instintivamente sabía hacia donde avanzar y cuanto tiempo permanecer en cada lugar. Sabía cuando generaba satisfacción, sabía cuando probar un nuevo camino. Y recibía –en efecto boomerang benévolo- tanto o más de lo que daba.

Levanté mi mejilla de la piel, separé mi cuerpo de la hierba, me puse de pié y miré alrededor. Algunas cosas habían cambiado. Estaba casi atrapado pero alegre, como si la fuerza de gravedad fuera absoluta y me diera permiso para avanzar lentamente y conocer otras partes del paisaje poco a poco. No puedo recordar cuando, pero sí, algo cambió: En algún momento las dos colinas se hicieron una. Comencé a avanzar en diagonal hacia delante y la izquierda. La tierra, menos firme que antes, abrazaba mis pies y dibujaba mis huellas.

Sin verlo con mucha anticipación apareció ante mi un pozo. Había algo mágico en ese lugar. Una conexión con el pasado. Una conexión con el futuro. Tuve la sensación de estar en un lugar familiar. Como si esa depresión natural, ese pequeño espacio sin tierra me llevara atrás en el tiempo, a los orígenes de mi vida. Y aún más, a los orígenes de quien me dio vida, y... Y también sentía que ese hueco y mi contemplación me conectaban con el futuro. Con nueva vida. Pero como sentí que aquella extraña conexión me alejaba de la hermosa realidad del presente, seguí avanzando.

Energía para chicos y grandes

Elegí caminar hacia dos montañas que había visto antes. Caminé de prisa, y no se si por la velocidad de mis pasos o porque algo seguía cambiando, la tierra se volvía más tibia. Agradablemente tibia.

Embobado por la belleza llegué al lugar esperado. Rápidamente quise trepar la primer montaña, ubicada a la izquierda. Imposible. La pendiente no me lo permitía. Giré alrededor de la montaña (que tenía forma de óvalo) hasta encontrar un lugar más dúctil para mi recorrido y exploración. Ello me permitió ver con más claridad el monumento que ante mí se elevaba. Su textura era sólida y el color blanco como las nubes. Su forma cónica mostraba una zona oscura en la cima, desechando la hipótesis de atribuir el color blanco a la nieve.

Comencé a escalar suavemente. Mis pies sentían un suave y vivo calor a medida que subían. El calor llegaba a todo mi cuerpo en forma de cosquillas, como si alguien me acariciara por dentro. La sensación era exquisitamente sabrosa, por lo que quise extender al máximo cada momento. Empecé a moverme en zigzag. Iba y venía a los costados (en forma horizontal) y avanzaba sólo un paso por vez hacia la cima. Cuando la forma de la montana me lo permitió di giros completos sobre el lugar más blanco, puro y reconfortante del paraíso.

La cima del cielo

Cuando estaba llegando a la cima sentí un suave temblor; todo menos el cielo se movió. Duró sólo unos instantes, como un estremecimiento. Todo el paisaje tembló. Ó quizá fue mi cuerpo que, embriagado de cosquillas placenteras, cedió su fuerza al viento, el viento que agitadamente respiraba la cadena montañosa.

La cima era un lugar deleitosamente extraño. Formado por pequeñas rocas oscuras, algo coloradas, como una mora, pero de aspecto flexible inicialmente, aunque más rígidas luego de unos minutos de mi estadía. Desde allí se vislumbraba el paraíso viviente que la naturaleza le regalaba a mis ojos. Desde allí se sentía la tierra latiendo rápidamente. Podía apreciar la cima de la montaña. Con los lagos como ojos, llenos de cielo. El bosque frondoso detrás. Las lomas en forma de labios entreabiertos permitirían ingresar a sabrosas cuevas develadoras de secretos, con humeante aliento a hierbas, con pasaporte al placer.

Precipicio al paraíso

Después de varios temblores mas decidí bajar de la mística pirámide. Fui directo a sus labios y comencé a besar el césped húmedo. Primero con suavidad y después con fruición. Primero las partes más externas luego las más cercanas al precipicio. No era tarea fácil porque los vientos aquí eran más intensos y rápidos, como una agitada respiración.

La tierra en mis brazos

En ese momento algo dulcemente extraño sucedió. Me aleje un momento y sentí la necesidad de abrazar la tierra, en todas su extensión. Pase mis brazos por las hectáreas de su cuerpo. Enfrente mi rostro con sus ojos lagos, que empezaron a reflejar mi figura, creciendo casi a su tamaño. Apoyé suavemente mi cuerpo sobre la hierba, la roca, la planicie y sus montañas. Volví a buscar sus labios y bebí el rocío de la mañana. Recorrí con mis frenéticos brazos todas sus colinas, todas sus montañas, sintiendo en mis dedos frescura, calor, suavidad, aspereza y dulzor.

Terremoto de placer natural

No recuerdo como fue pero nuestros cuerpos se unieron. Empezaron a comunicarse, a hacerse el uno parte del otro. Fue a partir de ese momento que comenzaron los temblores. Primeros suaves y esporádicos. Luego mas fuertes y rítmicos. El cielo se transformo en único testigo de la mágica fusión. El viento echaba paños de frescura en la roca y la vegetación. Las aves volaban victoriosas, alegres, regalándonos un coro de melodías angelicales, cuidadosamente arregladas y ejecutadas.

Meciéndonos en la cuna hecha millones de años atrás, la fuerza de los temblores fue creciendo hasta convertirse en un terremoto. Un exquisito terremoto. Con espasmos involuntarios, con movimientos de estiramiento y contracción, como si de pasar de una era histórica a otra se tratara.

Es sabia la naturaleza

Y finalmente, en medio de los temblores, como corolario de los terremotos, un ultimo, brusco y suave movimiento nos estremeció al unísono. Nos unió más y nos trajo calma. La calma mas bella que conocí. No es la calma de la inacción. Es la calma del amor. El la calma resultado de la unión de la tierra y el agua, del aire y la roca, de respiraciones mezcladas, alientos fusionados, miradas encontradas y brazos y piernas perdidos entre sí. Es la calma del abrazo cariñoso. Es la brisa arrastrando gotas de rocío por doquier. Es el sol regalándonos ternura. Es el amor que sentimos el uno por el otro. Que va más allá de nuestros cuerpos, que llega hasta la naturaleza, que tan sabia es.

El reflejo

Los espejos solo existen en estos reductos. Aquí cumplo mi condena. Como otros que no se adaptaron a la evangelización. Estoy rodeado de espejos, de mis reflejos. Condenado a vivir con dioses creados a mi imagen y semejanza, que me castigan permanentemente siendo mi única compañía. Están siempre ahí, siguiéndome, mirándome, burlándose de mi, exagerando mis muecas, escondiendo mis sonrisas.

Seguiré aquí, en estos laberintos, hasta que uno de mis reflejos acierte en matarme. Y allí yaceré, inerte, rodeado de asesinos suicidas, apuntando con el dedo al único culpable posible.

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