Un fierro

Sus faros brillaban al sol. Estar su lado era exponerse a miradas de admiración y hasta de envidia.

Sus formas son estilizadas y curvas casi perfectas la cubren por completo.

De día puedo ver mi sonrisa reflejada en ella. De noche su color oscuro absorbe toda la luz de la luna y me la regala.

Me encanta tocarla. Deslizar mi mano suavemente de arriba hacia abajo y sentir como se resbala en el camino.

Sin embargo, su belleza interior es, en mucho, más digna que su majestuosidad externa.

A diario la encuentro esperándome, sumisa, deseosa de nuestro encuentro.

Es inexplicable la sensación de entrar en ella. Es todo tan perfecto. A veces pienso que fuimos hechos el uno para el otro.

Cuando estamos juntos mi vista repasa el hermoso paisaje, mis manos recorren las zonas más importantes, accionando lo necesario y entonces... nos ponemos en marcha.

Acostumbramos arrancar despacio e ir aumentando la velocidad paulatinamente, aunque más de una vez la furia se apoderó del instinto y todo fue muy sagaz; superando cualquier obstáculo en el camino, disfrutando de cada nueva exploración, de cada movimiento busco y ¿por qué no? de parar y volver a arrancar.

Sus palabras guardan silencio con melodías suaves y gritan con música rítmica. Su sonido intenso, agitado, nítido y potente vibra en mi corazón y hace temblar mi cuerpo todo.

Dentro de ella nunca hay frío, nunca hay calor. Es como viajar con una nube en primavera, sobre el ecuador, eligiendo los paisajes, eligiendo el camino, eligiendo cuando bajar a explorar el terreno y cómo.

Siempre mantengo el control. De todos modos, frecuentemente y a medida que nos conocemos más, su actitud se vuelve activa.

No es fácil dejarla, ¡hay tantos que la desean! Me alejo de ella mientras mis manos aún recuerdan su contacto. Sus faros cansados y cabizbajos comienzan a apagarse y con un guiño de color me dice “gracias, ojalá el próximo viaje sea más largo aún”.

Cuando ya me distancié cuatro pasos, como es mi costumbre, activé la alarma de mi camioneta cuatro por cuatro. Tengo que cuidarla, es que ¡hay tantos que la desean!

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