Paseo por la húmeda Costanera

Corría el Martes 9 de Enero del 2001, un día de mucho calor, aunque más que nada, un día pesado.

Luego de caída la tarde (o más bien la noche), en el hostel escuche la propuesta de ir a la Costanera. Por supuesto que me prendí ¡Cómo desaprovechar esa oportunidad!


La comitiva estaba integrada por Stella (nuestra guía turística), la peruana Verónica, el mexicano (o mejicano) Adhemir, el cordobés Ismael, los australianos Andrew y Sev, la pequeña Marcela y quien escribe.


Bueno, en realidad inicialmente en el team estaban Emilce y Gisela, pero parece que encontraron más divertido ir a Recoleta que aventurarse a la Costanera (¡no saben lo que se perdieron!). Tampoco estaban en el team original Andrew y Sev pero los encontramos en el Tortoni y se unieron al desafío.


El viaje hasta costanera fue muy peculiar. Desde las extrañas posiciones en que Verónica se fotografiaba en 9 de Julio, la descripción turística de la casa de gobierno, la aduana, el cabildo y otros lugares realizada por Stella con traducción simultánea de Verónica, boludeces a cargo de Ismael, asombro de los australianos y risas varias de Adhemir y mías, hasta el perdernos en el ingreso a la Costanera (hay un puente que lo cruzamos tres veces, mínimo).


No voy a mencionar nada de que Verónica se haya subido a caballito de Ismael y el de Sev para correr carreras de caballos (en algunos casos con obstáculos).


Pero un rato antes de eso, habiendo llegado a Plaza de Mayo, y como percibiendo lo que se venía, Marcela tomó la interesante/inteligente/¿cobarde?/enojada decisión de partir rumbo a su hogar, desistiendo del recorrido.


Ya en la Costanera, luego de sentarnos en un lugar libre (de cucarachas) nos tomamos unos ricos mates con tortas fritas al ají picante (tortas fritas a la mejicana, cóctel propuesto por Adhemir). En un momento una de las luces que nos iluminaba se apagó. Creímos que fue porque ya era la hora en que la Costanera cerraba, pero concluimos que era un simple desperfecto (o imperfecto) técnico. Quizá era una señal que lamentablemente no supimos interpretar.


Sean eternos los choripanes que supimos comer en la Costanera. ¡Qué supimos comer! Estando a punto de volvernos –ya hasta habíamos lavado el mate, y no sebándolo- nuevamente se cortó la luz. Una a una se fueron apagando las farolas. Finalmente nada era visible mas que las luces de los veloces autos y las brasas del carrito de choripanes.


Emprendimos la retirada sabiendo que pasaríamos por lugares muy descampados y por demás oscuros. Tratamos de matizar el asunto cantando algunas canciones pero era complicado cantar con viento y tierra de frente. Es algo así como “morder el polvo”. A mí me hubiera gustado elegir que recuerdo llevar de Costanera. Digo, eso de llevarme un puñado de tierra en mis ojos no fue la mejor opción.


Claro que no solo de viento vive una tormenta (de eso se trataba). Antes de cruzar el puente (esta sería la cuarta vez) enormes gotas comenzaron a caer alrededor nuestro y encima nuestro. Las gotas, además de mojadas, eran dolorosas. Parecía que una tribu de indios nos estuviera lanzando cientos de flechas y siendo certeros en su ataque. Pero claro que no perdimos nuestra valentía (no nos quedaba otra).


A medida que crecía la cantidad de impactos de gotas en nuestro cuerpo comenzábamos a caminar más y más rápido. Cruzar las avenidas era toda una odisea. Sin luces, sin semáforos, con agua, con viento, con frío y con ganas de llegar rápido a casa.


Finalmente cruzamos la avenida esquivando los autos (era lo único que podíamos esquivar... las gotas eran muchas y precisas como para zafar de ellas). Como si hubiéramos visto un lago en un desierto nos abalanzamos sobre el techito de una parilla. Nos cubrió un poco del agua, pero no del viento y menos aun del frío. Ahí tomamos conciencia de que estábamos completamente empapados, de que esta sería una historia digna de contar –no tanto de vivir-, de que aún faltaba un largo camino a casa, de que la lluvia no tenía intenciones de parar y de que no había taxis ni colectivos.


Yo deposité mi celular y mi billetera en el bolso de Adhemir o de Sev, no recuerdo bien (era de noche, estaba oscuro, estaba todo mojado, ¡que sé yo!). La única afortunada fue Stella que vio venir el colectivo que la lleva a su casa e intrépidamente se subió a él. Para esto, Ismael se detuvo delante del bus haciendo que se detenga con numerosos gestos y movimientos de manos al compás de unos cuantos saltos sobre el pavimento mojado. El chofer entendió la señal y se detuvo (o quizá entendió que si no se detenía lo atropellaría).


Entonces quedamos –en orden alfabético- Adhemir, Andrew, Ismael, Sev, Verónica y yo, Walter. Todos pesábamos mucho mas. Si normalmente el 70% de nuestro cuerpo es liquido ese día andaríamos por un 160%, supongo. Algunos, con el afán de reducir el peso y el frio y mejorar la comodidad fueron despojándose de sus remeras.


Tuvimos que partir del refugio en busca de nuestra morada.


La parte mas recordada –al menos por mí- fue cruzar la plazoleta que está al lado de la Aduana. El viento se había intensificado y venia a contramano (o nosotros íbamos a contramano). La cuestión es que era imposible mantener los ojos abiertos, el agua y el viento –en complot perfecto- castigaban fuerte. Corrí esa cuadra sobre el barro y las piedras abriendo los ojos cada algunos segundos, o sea, cada algunos metros. Era bastante desesperante la situación. ¡En un momento abrí los ojos y me encontré con una parada de colectivos justo frente a mí! Pude esquivarla con tanta precisión como solo sucede en las películas. No tuve la misma suerte con Ismael, a quien colisioné en más de una oportunidad.


Cruzamos otra avenida muy rápidamente, nuestros pies chapoteaban en el agua y la naturaleza decidió que el mejor momento para un terrible trueno era ese. Justo en el medio de la avenida. Eso nos dio fuerza (¿o se dice miedo?) para cruzar más rápido todavía.


Recorrimos unas cuantas cuadras cubiertos por un techo en la vereda. Solo al cruzar las calles recuperábamos el contacto con el agua. De fondo algunos truenos estruendosos, y a lo lejos las luces de los rayos nos avisaban de cada nuevo suspiro del cielo (por llamarlo de una manera sutil).


Entonces se me ocurrió comentarle a Adhemir que lo que estábamos viviendo era digno de ser contado.


Pero no todo es color de Rosa en esta vida (que más quisiera Sandro). Al llegar a la casa Rosada (esta bien pintada porque aun con tanta agua no se destiño) nos quedamos sin el techito. A un lado y a otro no había nada. Así que cargamos nuestro cuerpo de resignación y cruzamos ya no corriendo sino caminando a paso acelerado, una especie de trote (o un gesto de derrota).


Aquí se dio un hecho personal que prefiero no comentar (me da vergüenza), aunque quienes estuvieron allí saben de que se trata. Quienes desistieron del viaje se quedarán con las ganas y quienes nunca se enteraron de esta travesía no lo sabrán. Es el precio a pagar por su comodidad. ¡Ja! ¡Ustedes viendo el temporal por la televisión y nosotros padeciéndolo!


Llegamos a Plaza de Mayo pero la recorrimos por el banco, el ministerio de economía, etc. Allí teníamos algunos techitos pero el agua –no se como- igual nos seguía, filtrándose vaya a saber por que recónditos lugares. Había partes donde no caía el agua, refugios perfectos, oasis en medio de un desierto, lugares acogedores, donde el piso aun permanecía seco. Pero no... esos lugares estaban ocupados por la fuerza publica. La policía los estaba custodiando. Cualquiera pensaría que solo se cubrían de la lluvia, pero quizás estaban preservando el piso del agua pesada y contaminada. Bien vale su función.


Verónica, además de observar dicha situación, se atrevió a pedir prestado a uno de los guardianes del orden su gorra, buscando así proteger su rostro del agua con la visera. El agente no acepto la solicitud. Respondió con una mirada un poco rara...


Ya llegamos a Av. de Mayo. Solo 10 cuadras nos separaban del hostel. Pero ya estábamos resignados. Yo junté ánimo y me saqué la remera. Decidimos ir por la vereda de la mano del Av. de Mayo con la ilusa expectativa de tomarnos un colectivo. Claro que el bondi paso, pero cuando solo faltaban 4 cuadras para llegar.


Pasamos por el clásico Tortoni (lugar donde a la ida nos encontramos a Andrew y Sev y donde Adhemir compró una hermosa postal que muestra el Barolo y a su derecha la terraza de nuestro hostel). Nos encontramos con toda la gente afuera, esperando que pase un salvador taxi que los lleve bajo el techo de su casa, con la esperanza de que allí, además, hubiera luz.


Era muy triste la vista de Av. de Mayo a oscuras, mojada, con partes inundadas y casi sin gente.

Al llegar a 9 de Julio la lluvia disminuyó (o quizá disminuyó nuestra percepción, quizás nos acostumbramos). Sin embargo, Verónica no hizo mas poses raras delante de la cámara de fotos (¡qué sé yo en que bolso habrá quedado!).


Nos pusimos a cantar canciones acordes... “I’m singing in the rain...” ‘La otra noche te espere bajo la lluvia dos horas, mil horas” “I wish it would rain now”. Pero después el asunto se fue deformando y con Ismael y Adhemir terminamos cantando canciones de La Renga.


Cuando faltaba media cuadra para llegar al hostel y seguíamos viendo todo a oscuras confirmamos nuestras sospechas. En el hostel no había luz. Por lo tanto, tampoco ascensor.


¡Muy bien! Tuvimos que subir por escaleras los 6 pisos... y pesábamos mucho más que de costumbre, y habíamos caminado bastante... y...


Mientras subíamos cantábamos y comentábamos algunas cosas de nuestra aventura. Aparte de pelearnos a ver quien se duchaba primero (y quien le tenía la vela a quien).


Se acabo el paseo devenido en travesía. Hubo unos calientitos, ricos, calientitos, sabrosos, calientitos, amargos, calientitos, largos mates!!!!! Que por suerte estaban calientes. Esto último a cargo de Stella (aún hoy no sé por qué no se fue a su casa) y Natalia.


Bueno, yo me fui a bañar. Al salir de la ducha me encontré con un pequeño detalle: no tenía ropa que ponerme. Solo ropa de vestir. Así que, como solo me restaba tomar algunos mates más y luego ir a la camita calientita tapadita donde no llueve, me quedé con slip y el toallón cubriéndome las piernas. Pero tenía algo de pudor, bah, miedo de que se desate, se afloje y se caiga dejándome en slip frente a Stella, Verónica y Natalia, que quizá se avergonzarían un poco (yo no). Así que para evitar dicho desprendimiento involuntario consecuencia de la tan conocida fuerza de gravedad, use tiradores. Los tiradores sostenían esa suerte de pollera polaca improvisada impidiendo que se quede en el camino, o que baje mas de lo debido.


No me imaginé que eso fuera a causar una conmoción... "Que yo quería mostrar todo", "que me hacía el sexy", "que era un payaso", "que esto", "que el otro", etc. Hay algunas fotos que atestiguan mi vestimenta, hay algunos e-mails de Adhemir donde dice que yo era Marco Aurelio, pero son todos rumores falsos de la prensa Mexicana para vender más revistas amarillistas a costa de los demás.


¿Recuerdan el ciclo televisivo “El país que no miramos”? Pues esto fue “El temporal que no miramos”.. ¿O acaso se enteraron en los noticieros de esta peculiar historia?


Si alguna vez piensan ir a Costanera por favor primero miren el cielo. Si está un poquito gris piénsenlo dos veces. Si aun así van y se cae el cielo sobre ustedes llámenme por teléfono. Puedo indicarles por donde ir para mojarse menos. Si algún día tienen que ir a una fiesta de disfraces y no saben que ponerse les recomiendo consigan un par de tiradores (toallas hay siempre). Digo lo de la fiesta porque eso de que no tenia ropa no me lo han creído ¡pero es verdad!


Bueno, Stella, finalmente, llegó bien a su casa (tampoco había luz allí, en Lomas del Mirador). Marcela durmió y no se enteró de nada. Emilce y Guísele llegaron al hostel después que nosotros (no entendían bien el porque de mi atuendo) después de haber ido a bailar a Recoleta. Pero nadie, nadie la pasó como nosotros. Nadie tiene para contar una historia como esta. Me imagino contándosela a mis nietos: Corría el Martes 9 de Enero del 2001, un día de mucho calor, aunque más que nada, un día pesado. Luego de caída la tarde (o más bien la noche) en el hostel escuche la propuesta de ir a la Costanera. Por supuesto que me prendí ¡Cómo desaprovechar esa oportunidad!





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