En ese preciso instante

En ese preciso instante, en el cual solo oíamos el silencio, nos miramos. Sonreímos sin la necesidad de mover los labios, sonrisa que invitaba a acercarnos. No nos movimos. Nuestros ojos se siguieron mirando. Ya estábamos juntos.

Mi mano descubrió su cabellera, el pelo era suave, dócil, tapaba por momentos su bello rostro, impulsado por una incontrolable brisa que, por la puerta abierta a la noche, nos sorprendió.

Su mano me acarició y sus ojos me llamaron. Nuestros labios se acercaron, se descubrieron, se besaron. Nada importaba ya; ni el lugar, ni la hora, ni el pasado. El tiempo dejó de correr, no así el latir de nuestros corazones.

Siete pasos se oyeron sobre el parquet; los necesarios para llegar a la habitación en la cual nos encontrábamos. Una mutua seña -sin voz ni movimiento alguno- ordenó que minimizáramos la presencia de un intruso en la casa. Aceptamos. Nada ni nadie podía interrumpirnos.

Una dura y grave voz quebró el silencio y espantó la brisa de un portazo.

-¿Dónde están las llaves de la caja fuerte?

Respondimos con un nuevo beso y otro apasionante abrazo.

-Pregunté dónde están las llaves ¿o no me escucharon?

Sus palabras molestaron. Uno de nosotros (no recuerdo cual) le arrojó las llaves. Pero nuevamente su voz interrumpió la velada.

-¿En que lugar se encuentra la caja fuerte?

Uno de nosotros respondió: -En el armario que está al lado de la puerta, tenés que sacar los libros.

Mis manos recorrían su espalda y sus brazos hasta encontrarse en su delgado cuello, donde jugaron al compás del más fogoso beso de la noche.

Un agudo y penetrante llanto, que destruyó el silencio y quebró la calma, nos exaltó. Sin separarnos nos levantamos y nos dirigimos hacia la sala en la que se encontraba el ladrón. El dinero estaba desparramado por el piso, las joyas colgadas de las paredes y su mirada apuntando, todavía, hacia el living donde hasta hace unos segundos estábamos.

Uno de nosotros (no recuerdo quién fue) se agachó y le habló. El otro se sentó a su lado.

-¿Por qué llorás?. Tenés el dinero, las joyas, podés llevarlas. En la otra habitación hay más cosas de valor.

-No, no, no. -Interrumpió el ladrón, todavía llorando-. Ya no quiero dinero, ni joyas, ni nada. Necesito algo de mucho más valor.

-¿Y qué es?

-Lo que ahora más anhelo poseer y lamento no poder robar es lo que hoy se han dado y recibido en abundancia; lo que necesito es ese sentimiento llamado amor.

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