Ojos pardos

La paloma de la paz peregrinó;
no es esta su ciudad ni su primavera.

Escapóse la paz al seis de agosto;
la metálica paloma defecó.

El puente explotó. La obra se cumplió.
El hongo se levantó crepitante
sobre la azogada ciudad que murió,
corriendo aún su gente intensamente.

Ya desde mi muerte veo reflejada
la imagen vana de un rostro sin cara.
Sus huesos negros de cenizas de carne.
La historia de mi país en el tallo,
flor de rosa, florece y se destruye.

Ya el hongo se fue, llevándome con él.
Dejó el dolor de sangrientos hermanos;
los zombies quemados ya no me siguen:
Sus pardos ojos y el futuro robado
se encuentran en la esquina del holocausto.

El hongo de la muerte

Hoy febo ebulle la sangre
cual llaga de un pié en el desierto,
entonces el sol convierte
en hongo de muerte el cielo.

El juego de la batalla
acaba la vida humana.
La suerte de un pueblo inerte
luchando por que despierten.

Hoy las nubes nos visitan
y el hongo me ha devorado...
y no olvido a mi familia
que a comer hoy no he estado.

Y aquí estoy en su cabeza
donde está la multitud;
en la prisión de su alteza
mi corazón y Kiokakú[1].



[1] Personaje similar a Robin Hood de la tradición de Hiroshima.

La prisión

Me siento en prisión,
me siento en tu prisión.

La prisión de tus manos
acariciando mis manos.

La prisión de tus ojos
que no quieren mirar mis ojos.

La prisión de tus labios
que temen besar mis labios.

Me siento en prisión
y no aguanto más,
si seguimos así
me voy a fugar.

Y me voy a ir lejos, lejos...
a un paraíso que haremos natural.

Y con esa libertad
nuestros ojos se mirarán,
nuestros labios se besarán
y nuestros nervios se desvanecerán.

En ese preciso instante

En ese preciso instante, en el cual solo oíamos el silencio, nos miramos. Sonreímos sin la necesidad de mover los labios, sonrisa que invitaba a acercarnos. No nos movimos. Nuestros ojos se siguieron mirando. Ya estábamos juntos.

Mi mano descubrió su cabellera, el pelo era suave, dócil, tapaba por momentos su bello rostro, impulsado por una incontrolable brisa que, por la puerta abierta a la noche, nos sorprendió.

Su mano me acarició y sus ojos me llamaron. Nuestros labios se acercaron, se descubrieron, se besaron. Nada importaba ya; ni el lugar, ni la hora, ni el pasado. El tiempo dejó de correr, no así el latir de nuestros corazones.

Siete pasos se oyeron sobre el parquet; los necesarios para llegar a la habitación en la cual nos encontrábamos. Una mutua seña -sin voz ni movimiento alguno- ordenó que minimizáramos la presencia de un intruso en la casa. Aceptamos. Nada ni nadie podía interrumpirnos.

Una dura y grave voz quebró el silencio y espantó la brisa de un portazo.

-¿Dónde están las llaves de la caja fuerte?

Respondimos con un nuevo beso y otro apasionante abrazo.

-Pregunté dónde están las llaves ¿o no me escucharon?

Sus palabras molestaron. Uno de nosotros (no recuerdo cual) le arrojó las llaves. Pero nuevamente su voz interrumpió la velada.

-¿En que lugar se encuentra la caja fuerte?

Uno de nosotros respondió: -En el armario que está al lado de la puerta, tenés que sacar los libros.

Mis manos recorrían su espalda y sus brazos hasta encontrarse en su delgado cuello, donde jugaron al compás del más fogoso beso de la noche.

Un agudo y penetrante llanto, que destruyó el silencio y quebró la calma, nos exaltó. Sin separarnos nos levantamos y nos dirigimos hacia la sala en la que se encontraba el ladrón. El dinero estaba desparramado por el piso, las joyas colgadas de las paredes y su mirada apuntando, todavía, hacia el living donde hasta hace unos segundos estábamos.

Uno de nosotros (no recuerdo quién fue) se agachó y le habló. El otro se sentó a su lado.

-¿Por qué llorás?. Tenés el dinero, las joyas, podés llevarlas. En la otra habitación hay más cosas de valor.

-No, no, no. -Interrumpió el ladrón, todavía llorando-. Ya no quiero dinero, ni joyas, ni nada. Necesito algo de mucho más valor.

-¿Y qué es?

-Lo que ahora más anhelo poseer y lamento no poder robar es lo que hoy se han dado y recibido en abundancia; lo que necesito es ese sentimiento llamado amor.

Navidad en 2743

El 24 de diciembre del año 2743 no tenia nada de particular. Los chicos en la tercer sala de computadoras de la casa de Spectrum III coordinaban los últimos preparativos para la fiesta de navidad. Mandaron la señal necesaria para que el robot (diseñado por ellos) se pusiera en marcha a la hora indicada regalando los tradicionales fuegos artificiales, tal vez lo único que permanecía intacto.

Las alarmas de las 24 se hicieron oír. Luces multicolores llenaron la casa de estrellas y arco iris. Los rayos láser inundaron el cielo.

No todo el mundo festejaba la navidad del mismo modo, la mayoría lo hacia solo por tradición ya que se descubrió que las escrituras santas no eran tan veraces como se decía. Ateos abundaban en el mundo. Los cristianos festejaban su navidad suicidándote en masa para “acceder” al paraíso y lograr la vida eterna.

En la casa de Spectrum III festejaban la navidad presionando teclas. Mientras tanto... la tercer guerra mundial se ponía en acción: La guerra espacial. Botones rojos apretados miles de veces. En el cielo explosiones, en la galaxia explosiones. Unos festejando algo falso y otros luchando por falsos intereses comunes.

Sin embargo, ya no preocupaban las guerras a la gente; se sentían protegidos por los nuevos sistemas de seguridad, que destruyen los cohetes nucleares al alcanzar los 600.000 Km. sobre la atmósfera terrestre.

Las explosiones navideñas terminaron...

Entradas más recientes Inicio